El arte flamenco, nacido en Andalucía pero universal desde que empezó a crecer, mantiene su vigencia vital porque es un arte vivo. Por eso, no hay quien pueda con él a pesar del maltrato al que lo someten desde las muy diferentes ventanas que dan a su prado siempre verde. Así lleva décadas, aguantando lo que le echen, conservando intacta la raíz, reinventándose a través de sus artistas mejores, adaptándose a los nuevos tiempos, siendo generoso con otras músicas y tomando de aquéllas lo mejor para enriquecer su música propia y uniquita, intransferible y preciosa. La UNESCO se ha dado cuenta de su importancia y lo iguala a otros hechos culturales que nada tienen que ver con él. Es un galardón inútil por innecesario, pues el flamenco ya era internacional y patrimonio de los artistas. Era y es una música de origen popular que sin ellos se hubiera quedado en el mismo plano que otras de parecido origen: reducida al nivel de lo local y anecdótico, objeto de estudio para antropólogos y musicólogos curiosos.
Los artistas, en efecto, han sido y son los verdaderos artífices de esa gran transformación del arte flamenco. Desde la época de los cafés cantantes hasta ahora. Por lo tanto, a quienes habría que haberles dado el reconocimiento tendría que haber sido a ellos. Aunque de cualquier manera, se haya reconocido al todo por las partes o no, la música flamenca no precisaba de ninguna carta de naturaleza por parte de organismo oficial alguno, como no lo necesitan la música clásica o el jazz, por poner solo dos ejemplos de similar categoría. Sin embargo, la UNESCO podrá presumir en delante de tener en su patrimonio una joya única de valor incalculable.
Quizá porque el flamenco está de moda en todo el mundo y en todas partes quieren disfrutar de este arte universalmente reconocido, esta terrible crisis, provocada por la mafia financiera internacional, le está afectando menos que a otras músicas. Tal vez, también, porque el flamenco lleva en crisis toda su vida y los flamencos tenemos bien aprendida la lección de cómo mantenerse a flote en las procelosas aguas de la supervivencia. Con todo, lo cierto es que, pese a las dificultades, 2014 ha sido un año aceptablemente bueno para el arte flamenco y muchos de sus artistas.
No obstante lo anterior, y a pesar de las ayudas y subvenciones, esta crisis inacabable está afectando a la siempre incipiente industria del flamenco; los promotores y organizadores se las ven y se las desean para sacar adelante sus proyectos. En este sentido, es necesario crear un tejido industrial del flamenco que ponga a cada cual en el sitio que le corresponde de acuerdo con su valía y no por su amistad entre los que reparten el dinero de todos, la más de las veces sin otro criterio que el de la adherencia política o la sumisión al que manda. Las instituciones no tienen dinero y el poco que queda no siempre se gasta con cordura. Ahora, más que nunca, hay que ayudar a los amigos. Por eso, casi siempre vemos los mismos nombres en los mismos sitios. Hay presencias y ausencias que llevan a preguntarse por los criterios que se siguen para seleccionar a conferenciantes y artistas en los distintos ciclos que se patrocinan con dinero público, pues parece como si hubiera fijos discontinuos mientras hay nombres que aparecen muy poco o no aparecen nunca ¿Hay un control riguroso de la calidad y del dinero que se gasta para favorecer la igualdad? Son preguntas -nunca contestadas- que venimos haciendo desde hace mucho tiempo, pero como no es cuestión, de momento, de entrar en detalles de la urdimbre de intereses que giran en torno del tinglado, pues dejamos ahí el asunto. Es evidente que la administración del dinero público, que debiera ser controlada desde los organismos que conceden las subvenciones, no es igual en todos los sitios. Pero, la imprescindible transparencia –puertas y ventanas abiertas tal se prometió en su día- debiera llegar también a la gestión pública del arte flamenco. Su exigencia tiene que ser un deber y un clamor para la sociedad andaluza .
De los principales festivales y ciclos –tendencia cada vez más acertada y aceptada- se mantienen los que vienen celebrándose desde hace años, pero a otros, la crisis se los ha llevado quizá para siempre. El Festival de Jerez sigue marcando la pauta. Y junto a él, la Bienal de Flamenco de Sevilla, el festival Suma Flamenca en Madrid, el Flamenco Biennale en Holanda, el Festival Internacional del Cante de las Minas, el ciclo de baile Los Veranos del Corral en Granada, “Los Jueves Flamencos” de Cajasol, el Festival Flamenco de Nîmes, el London Festival y el Festival Flamenco de Mont de Marsan que mantienen la temperatura flamenca en España y fuera de ella. En Málaga se ha recuperado la antigua bienal con otro nombre y otra estructura. Ahora se llama Bienal de Arte Flamenco de Málaga y a lo largo de nueve meses reparte cante, toque y baile por toda la provincia. Habrá que esperar a la nueva edición de 2015 para ver por donde rompe definitivamente. De momento la idea nos parece acertada. Los festivales de verano o aquellos otros de pequeño formato, sin embargo, se han adaptado o han desaparecido, con el consiguiente perjuicio para la cultura flamenca y para los artistas, que han visto mermar sus ingresos y disminuir su proyección profesional. En este sentido, nos parece interesante y necesario que desde distintas plataformas se esté reivindicando el flamenco como un derecho de todos.
De los concursos que se celebran, el de La Unión, con más de cincuenta años de historia, se sostiene gracias a su gran alarde mediático; pero no nos depara ninguna sorpresa que nos conduzca o nos acerque siquiera al placer del espíritu. Aunque, a modo de excepción que cumple la regla, en su última edición, el jerezano David Lagos se alzó muy justamente con la Lámpara Minera. A ver si así le llega el reconocimiento definitivo en su tierra y fuera de ella. De los bautizados por mí como “concursos-despensa”, entre los que incluyo el Concurso Nacional de Arte Flamenco de Cordoba, que lo han cponvertido en un concurso más después de desvirtuarlo, y el Certamen Andaluz de Jóvenes Flamencos -organizado por el Instituo Andaluz de la Juventud y la Confederación Andaluza de Peñas Flamencas-, pues escasamente cumple los objetivos propuestos de calidad y promoción, hay poco que decir, aunque deben seguir existiendo: en ellos encuentran los aspirantes a figuras un medio imprescindible para seguir sorteando las muchas fatigas que pasan para llevar una vida digna como profesional.
Las peñas flamencas, tan denostadas desde determinados sectores, están sirviendo una vez más de paño de lágrimas para muchos profesionales. El flamenco sigue siendo en ellas una tradición. En ellas está la pretendida esencia y de ellas están surgiendo algunos de los que mañana serán. Con miles dificultades, con sus defectos y sus muchas virtudes, siempre están al pie del cañón. Los artistas consagrados vuelven a mirar hacia estas asociaciones privadas, imprescindibles hoy como ayer, sobre todo porque el dinero público fluye con menos alegría. La Confederación de Peñas Flamencas de Andalucía y sus ocho federaciones están haciendo una labor impagable a cambio del desagradecimiento y el olvido de los grandes artistas e instituciones públicas y privadas que en general adolecen de una memoria débil. Echen mano a las programaciones de 2014 y al dinero con el que han contado y verán si tengo o no razón.Pero, las peñas flamencas siguen a lo suyo, cada día más viejas y más dependientes de la Administración. Su puesta al día en todos los aspectos es una necesidad imperiosa y una exigencia que estas instituciones debieran acometer con urgencia. Pero, mucho nos tememos que este es otro problema que quizá nunca tenga solución.
Ha sido 2014 año de reconocimientos y recordatorios. Uno de los más entrañables y sinceros se lo tributaron a Paco de Lucía los guitarristas malagueños reunidos en El Patio de Estepona el 15 de junio. Tras la insospechada muerte del gran guitarrista flamenco en tierras de Méjico, los homenajes han sido múltiples, las exposiciones y las mesas redondas y las conferencias… Y así seguirá el asunto hasta que la mina se agote y los mercaderes de la memoria se encuentren otro filón de muerte. Precisamente, al maestro de Algeciras y a Enrique Morente se le dedicó la última Bienal de Flamenco de Sevilla, con desigual desacierto, según cuentan las crónicas. Cosas del “bisnes” y de la insensible desmemoria de los flamencos. La dolorosa e intransferible pérdida de Paco de Lucía nos ha sumido en un pena insondable que tardaremos tiempo en digerirla si no conseguimos que su ausencia no sea una noticia permanente.
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Ana Fargas y Paco Javier Jimeno en Murcia. Foto: Guillermo Castro |
Los famosos siguen apareciendo en los carteles de los grandes eventos como principal reclamo para un público cada vez más enterado y menos entendido, pero los menos agraciados siguen trabajando para sobrevivir. Los jóvenes abarcan mucho pero aprietan poco. José Mercé sigue empeñado en hacerse millonario mientras se aleja irremediablemente del cante clásico, que al fin es su razón de ser. Estrella Morente reivindica la memoria y el genio del progenitor. Ella es la voz, pero el flamenco es, además, otra cosa. Ahora anda coqueteando con la música brasileña. Miguel Poveda es un artista a la antigua usanza, como lo eran Caracol o Marchena, y seguirá reinando. Arcángel sigue con sus arriesgados proyectos. Es un cantaor grande de registros propios y vasto conocimiento. Marina Heredia es la gran cantaora que Granada nunca tuvo. Es la voz del agua y de la emoción. Sublime y flamenca. Argentina es la esperanza de un presente que viene del pasado. Y ya es figura del cante. El granadino Juan Pinilla, el cantaor más comprometido de entre los jóvenes, reivindica y rinde homenaje a las voces silenciadas en cada uno de sus conciertos dentro y fuera de España. De entre las artistas emergentes, Rocío Márquez anda empeñada en reivindicar al Niño de Marchena –con disco y espectáculo-. Y la cantaora Ana Fargas sorprende allí donde actúa. Sus éxitos en Murcia y Madrid así lo constatan. El jerezano Jesús Méndez y el catalán-lebrijano José Valencia nos recuerdan, cada vez con más emoción jonda, que el cante clásico es la columna vertebral del flamenco. Y con ellos, el chiclanero Antonio Reyes. Con el recuerdo áun caliente de la insustituible ausencia de Paco de Lucía, también recordamos que hace más de dos décadas que Camarón no estáyEnrique Morente murió en diciembre de 2010, pero siguen más vivos que nunca sin que de momento encontremos sustitutos. Ni se les espera.
Después de muerto, en el país de la guitarra flamenca sigue gobernando el maestro de Algeciras. Su influencia era tan grande que nadie se atreve a salirse del camino trazado por él. De los jóvenes, Paco Javier Jimeno nos muestra “En tiempo y forma”, su última entrega discográfica, cómo evoluciona el toque sin que por eso tengamos que aceptar que toda evolución es buena en sí misma. Su excelente obra lo avala como uno de los guitarristas flamencos más brillantes de su generación. El catalán, Cañizares, sin embargo, está en otra onda. Su trilogía dedicada a Manuel de Falla demuestra su grandeza musical a la hora de interpretar a los clásicos.
Del baile flamenco más actual se han estrenado obras que el tiempo acrisolará. El Ballet Flamenco de Andalucía, bajo la dirección de la sevillana Rafaela Carrasco, triunfa con el espectáculo “En la memoria del cante: 1922”. Destacan por sus novedosas propuestas escénicas, alguna como estreno sonado, Javier Latorre, Israel Galván, María Pagés, Isabel Bayón, Rocío Molina y Sara Baras, ¿Y el baile de siempre? Ahí sigue impertérrito. La familia de los Farrucos, Pepe Torresy Manuela Carrascosiguen enarbolando la bandera del baile gitano. Y, paralelo a él, experiencias –algunas incomprensibles- que tras el estreno sólo son un recuerdo efímero. El Festival de Jerez, que ya anuncia una magnífica programación para el próximo año, será, como ocurre en cada edición, el escaparate idóneo para tomar el pulso al baile flamenco de ahora y de siempre.
Seguimos reivindicando –una vez más- la enseñanza del flamenco en la escuela como una materia más o formando parte de la asignatura de música. A pesar de las promesas hechas, constatamos en este curso escolar que la Consejería de Educación tiene escaso interés en que se enseñe el flamenco en los colegios e institutos de Andalucía. Lo que han hecho es una chapuza, un lavado de cara para que todo siga igual. A los miembros de la comisión encargada de hacer un proyecto serio, si no han dimitido ya, habría que pedirles explicaciones. Pero, ojalá me equivoque, ni unos ni otros dirán nada.
Cada día son menos los discos y libros publicados, algunos de calidad. Ante la ausencia de interés por parte de la industria discográfica y editorial, cada vez más se impone la autoedición entre los creadores. A pesar de la indudable crisis en la que está sumida la industria discográfica flamenca, los productores siguen trabajando y dando oportunidad a los jóvenes para que den a conocer sus nuevos trabajos. Los menos afortunados han optado por la producción propia con suerte diversa. No se puede decir que haya habido un trabajo que marque el camino a seguir, pero es cierto que sí hemos
escuchado obras de indudable interés; aunque las ventas hayan sido mínimas. Pocas son las editoriales que se atreven con el flamenco, pero se han publicado obras de indudable interés a pesar de que en España se lee poco y a los pocos flamencos que leen les interesa menos. La heroicidad de la autopublicación parece ser para la mayoría de autores el único camino para ver la obra en el mercado.
Jóvenes editoriales como la sevillana Libros con Duende y la malagueñaEdiciones Algorfason una excepción.
Toda vez que la prensa escrita apenas se ocupa del flamenco con seriedad y rigor, el mejor periodismo flamenco está principalmente en la Red, lo que no quiere decir que todos los peces sean comestibles. La crítica –salvo contadas excepciones, entre las que nos contamos- está muda. Antes de nada y por encima de todo hay que comer. Internet se consolida como el medio más idóneo y ajeno a las presiones. Las revistas especializadas que se editaban en papel prácticamente han desparecido una tras otra. Y algunas digitales también. La Red es una selva, una redacción global y perenne: todo el mundo escribe, pero pocos son los que leen. Con todo, y a pesar de las gilipolleces que leemos a diario, la desolación que siempre acompaña la desaparición de una publicación periódica, hecha a fuerza de generosidad y coraje por todos los que forman parte de ella, es siempre mayor.
En fin, queridos lectores, estimados amigos, para terminar esta crónica particular de la redundancia –los errores de ayer son los males de hoy- y la desesperanza positiva, desde ÁticoIzquierda.es también reiteramos el mismo deseo de siempre, sincero y desinteresado: Salud, trabajo y libertad para el próximo año