Un pequeño puñado de personas suele iniciar conflictos que acaban influyendo en la vida de muchos otros, dando voz a mayorías silenciosas o haciendo hablar a gente anónima, esa que no suele entonar cantos guerreros. Desde siempre la historia se deja hacer por unos pocos que inician la riada de la protesta, porque aquello que a todos afectaba no anima ni obliga a salir a la calle. Demasiado riesgo atreverse a sacar pancartas, o esgrimir megáfonos, o corear consignas en cualquier tiempo, pero mucho más, enarbolar protestas en tiempos grises, donde la democracia no existe o se apaga.
Por un curioso bucle de los acontecimientos que vivimos, nos toca hablar de vecinos reivindicativos en renovados tiempos de indignación. Pasados cuarenta años desde el franquismo decadente de los setenta del siglo pasado, estamos reviviendo el auge de los movimientos sociales urbanos desde el movimiento del 15M de 2011, que devolvió la voz a la ciudadanía y le otorgó el protagonismo anónimo y colectivo contra los abusos del poder en la ciudad y en la sociedad. No conviene dejarse llevar por la fuerza de los perfiles y las caras: están ahí, en el recuerdo. Son muchos y pocos a la vez, son tantos que no caben, y son tan pocos que se cuentan con los dedos aquellos que se sacrifican, en todo tiempo y lugar, por hacer una ciudad más justa, igualitaria, más limpia y digna. Y parece que sí, que son incontables los líderes que lo dan todo para hacer vivir mejor a sus conciudadanos y son innumerables los esfuerzos que dan a las ciudades su perfil actual. Sobre todo si la identidad del sitio tiene una escala pequeña, mínima se podría decir, micro-cósmica como es la del barrio.
Anónimos héroes de barrio, heroínas de la calle y la manzana, secundarios de lujo de una película sin guión ni director, pero altivos actores de reparto de la epopeya de construir ciudad, allí donde sólo hay apariencia de vida, flujo de tráfico y economía de subsistencia. Enmascarados bajo la trajeada apariencia de la pobreza urbana, disimulada la ausencia simultánea de equipamientos y libertades, envueltos en la desigualdad, los “extras” del barrio son héroes de valores anónimos y de batallas pequeñas. Eso sí, por objetivos justos, tan evidentes y necesarios que habrían de cambiar la vida de muchas personas en la etapa terminal de un país sin derechos, como lo fue la España de Franco.
La AAVV del barrio malagueño de El Palo se creó en 1976 por un grupo de ciudadanos preocupados por las condiciones de vida del barrio, en el distrito este de Málaga, justo en el borde del término municipal. Se tiene por la primera Asociación de Vecinos la de Vallecas (Madrid), creada en 1968 en las postrimerías del régimen franquista. Ciudadanos consecuentes con unas exigencias democráticas paralelas a las demandas ciudadanas más elementales. Solidarios con el movimiento ciudadano de todo el país y de las ciudades en las que las reivindicaciones urbanas estallaban por todos los lados, en plena rebelión por la democracia y la constitución.
Solo gracias a ese grupo de dirigentes improvisados y espontáneos, ayudados por un pequeño grupo de activistas clandestinos de oposición a la dictadura, asesorados por otro grupo específico de profesionales progresistas, se puso en marcha una estructura que hacía frente – ¡a la vez! – a demandas concretas, a exigencias democráticas, a injusticias flagrantes y a buscar alternativas a las carencias elementales de una ciudad europea (o española, en barrios de su tamaño), para que pudiera estar mínimamente dotada de suministros, accesos, zonas verdes, recursos y redes. Convertida la asociación en mediadora ante los conflictos, sirvió de potente interlocutora entre demandas insatisfechas y el incipiente Ayuntamiento democrático. Es una etapa poco conocida y estudiada, pero de vital importancia. La Comunidad Autónoma de Andalucía está en período de formación y todavía quedaría por pasar el golpe de estado del 23F y el Referéndum de la Autonomía del 28F.
Son los vecinos quienes tienen que hacer de pacientes, enfermeros y médicos para sanear una estructura de barrio que carece de elementos físicos y simbólicos de una sana vida comunitaria. En una situación parecida a la de tantas otras ciudades españolas, El Palo tiene que trabajar aceleradamente por el presente, el futuro y, paradójicamente, por recuperar el pasado, sin que se destruyan los antecedentes históricos de su formación como comunidad. Los paleños reclaman lo que parece imposible sin un gobierno democrático de base reformista y progresista.
En tanto Inglaterra y EEUU ensayan los modelos neoliberales de Thatcher y Reagan, los movimientos sociales urbanos españoles tienen que reclamar lo que son carencias flagrantes. Yendo en contra de las políticas desregulatorias de las mayorías neoconservadoras, los vecinos, desde 1979, tienen que apuntar liderazgos participativos, entrar en consejos de distrito, aumentar los niveles de socialdemocracia de los gobiernos locales. Así se vive una profunda transformación que, en política, tiene su inflexión cuando en 1995 el poder democrático de los ayuntamientos cambia de manos. Serán 20 años de gobiernos conservadores, con trazos diferentes, pero obligados por los mismos compromisos con ciudadanos exigentes de los cambios inaplazables. Los turnos de las mayorías han de responder a exigencias históricas y entonces predomina la visión bipolar que se empieza a romper en 2011 y luego eclosiona en 2015. Los problemas han ido creciendo, cómo aumentan las demandas de movilidad, aparcamientos, equipamientos deportivos y mercados. ¡Cómo se incrementan la población y los retos, como cambian las personas los colectivos y los objetivos! ¡Cómo late la desigualdad en los presupuestos y cómo y por qué se distribuye tan mal el dinero en los territorios!
¿Qué falta por hacer? Algunos dirán que ya está todo hecho, que estamos ante un barrio acabado unas demandas satisfechas y un futuro esperable y respetable, pero cuando se mira al mar de la gente que puebla una comunidad, los ojos suelen definir nuevos proyectos, planes, estrategias y mejoras, que tienen su mejor eco en la ampliación de los campos de juego, la colaboración de todo el Distrito Este, la cooperación intermunicipal en problemas comunes que están al otro lado del Peñón del Cuervo; o que tienen sentido en la ampliación de los equipamientos productivos, de la formación y la mejora del empleo y la calidad de la renta disponible, la cultura, los accesos a la universidad y por qué no, de la presencia misma de la UMA en el barrio paleño.
La AA.VV de El Palo ha dado ejemplo de que falta mucho por hacer. No sólo la ampliación y mejora de las bibliotecas, mercados y centros de salud, o las piscinas cubiertas, no solo lo tangible: Faltan muchas cosas, en limpieza, en el futuro del Paseo Marítimo, en las definitivas intitulaciones de las casas de la playa, la accesibilidad peatonal y ciclista, la mejora del paisaje y la calidad medio-ambiental urbana. Los herederos naturales, la ciudadanía joven y mayor del barrio, tiene que seguir siendo modelo en las siguientes generaciones.
Una gente inconformista y crítica se merece no tanto héroes extraordinarios, sino ciudadanos y ciudadanas, firmes, de convicciones recias, que cumplan años haciendo honor a un barrio que se construyó como ciudad a costa de construirla mediante valores de ciudadanía, arriesgando vidas, tiempo y muchas otras cosas por conseguir una comunidad orgullosa de vivir en una ciudad justa e igualitaria, que tuviera identidad de barrio, con corazón cosmopolita.
Los héroes silenciosos tienen nombre en la memoria vecinal de la asociación de El Palo que ahora celebra aniversario.
CARLOS HERNANDEZ PEZZI
VECINO, ARQUITECTO Y URBANISTA