¡DIOS!

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¡Dios!, ¡Allá dónde te encuentres! Clamando por ese dios que habrá de venir a salvarnos en el último instante.

¡Dios y la desesperación por desasir!, ¡Dios en medio del horror, en el centro de la devastación, como consuelo inviable después de tanta destrucción, de tanta crueldad, de tanta maldad, de tanta muerte inútil e inocente!.

Dice Nisrine en Alepo: “Vivimos gracias a dios”. En el mismo corazón del infierno como último recurso para el siguiente aliento. Nisrine y los suyos dejando en evidencia al impasible dios de turno.

Nisrine tiene treinta años y cuatro hijos y “sobrevive entre las bombas, el frío polar y la lluvia de morteros”, alejada de las grandes decisiones geoestratégicas, sin que a nadie nos importe ni mucho ni poco el destino de Nisrine y los suyos. No llegan ni a convertirse en daños colaterales, ni a anécdotas, solo llegan a ser seres humanos abandonados a su infortunio, sucumbiendo bajo su fe inquebrantable.

Sin pan, sin medicamentos, escribiendo en el vacío de la nada su historia con minúsculas, mientras se resisten a desaparecer bajo los escombros.

Invocando  a su dios sordo, mudo e inclemente.

Continúa Nisrine: “No nos queda nada. Mi peor pesadilla es que mis hijos enfermen más o sean heridos. Esto es un cerco, así que los heridos mueren porque no pueden llegar al hospital o no hay medicamentos”.

Y sigue “dando gracias a dios” porque así aún mantiene un hilo de esperanza, por mantenerse vivos, a salvo de mayores desgracias, a dos o tres horas de vuelo del mundo que rebulle entre fastos y alegrías programadas por la venida de su dios verdadero, otro más, de los que exigen sacrificios hasta más allá de lo insoportable.

Y Nisrine cuida de los suyos y solo permite salir a sus hijos a la calle “en busca de agua al pozo y para traer astillas de madera”.

Y Nisrine admite que solo tiene mucho miedo.

Hace solo dos días un mortero aterrizó en el cuarto de sus hijos: “Gracias a dios dormían con ella y su marido en el cuarto interior y más protegido”.

 

¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!

¡Valiente escarnio!

 

Madrid   diciembre – 2.016