Malditos refugiados que pretenden venir a “contaminarnos”, al corazón de la civilización, aunque sea para venderse por unas pocas piastras, por unos trabajos de mierda, para limpiarnos la misma, mientras son recluidos en guetos y son señalados disimuladamente que solo son unos malditos refugiados a los que habrá que expulsar.
Malditos y numerosos que huyen de su mundo y su civilización fallidos, desde el mismo centro del infierno en llamas, huyendo a la desesperada, encontrándose la gran fosa del Mediterráneo, las empalizadas erizadas de concertinas y el odio de millones de europeos que les temen y les . . . necesitan.
Malditos refugiados en el centro de los ardientes discursos de los líderes europeos que hozan y crecen sobre su desamparo, encabezando miles y millones de europeos asustados, crueles e inducidos para el odio, desde sus fortalezas a prueba de extranjeros, en medio de su mala gente, la suya, predicando la huida hacia adentro, siempre a favor de los peores y más primarios instintos.
Malditos refugiados que acuden al mundo ¿civilizado?, al mundo de los ricos, a pervertirlos, seguramente, para hacerlos peores de lo que son, ¡con certeza!, para sacar los peores instintos de quienes temen y odian, gente muy comedida, conjurada para evitar las oleadas de tantos refugiados, ¡allá se jodan en sus desgracias!, para tratar de hacerles volver, de regresar.
En nombre de los malditos dioses verdaderos y sus profetas voceros, e nombre del poder del dinero repartido con cicatería, para asegurar a los unos contra los otros, y los otros contra los unos, en medio del odio sembrado por los líderes tan ungidos, tan relamidos, tan intratables en sus llamadas a rebato, aullando sobre sus hordas prestas a defender sus pagos contra quienes ¿vienen a invadirlos?, desgraciados refugiados de mala sombra, trigo tan poco limpio, víctimas de sus propios allá desde donde huyen hacia los monstruos avisados, en una vorágine de enfrentamiento mutuo, donde las víctimas son las mismas, por mucho que tengan la piel distinta y la fe particular, enfrentados los unos contra los otros y viceversa, sin que interese el dato que allá, de donde huyen, y aquí donde no e les quiere, siguen siendo las principales víctimas, ¡malditos refugiados!. Allí mueren a montones y a diario, aquí en el territorio del Imperio son señalados y también son . . . ¡culpables!.
¡Malditos refugiados!, que ya se han quedado sin agujero donde esconderse. Con los líderes emergentes del odio en Europa y EEUU se las prometen felices porque el terreno está abonado y el odio crece con muy poco esfuerzo, atemorizados los pobladores de la Europa que se desliza en declive hacia su propia autodestrucción.
Mientras algunos de esos malditos refugiados consiguen sobrevivir limpiando la mierda de sus amos que tanto . . . les temen, que . . . tanto les odian.
Torre del Mar diciembre – 2.016