El tumor

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Y, pasado algún tiempo y a la vista del aumento del tumor, tuvimos que llevarla al veterinario. Aún se me saltan las lágrimas cuando lo recuerdo… ¡Dios, cuánto me ha hecho llorar aquel animal! O, mejor que “animal”, -que no lo era para mí- aquella perrita. El veterinario la examinó en el interior de su consulta, salió y me dijo que fuese a verlo mis padres después de intentar tranquilizarme sin conseguirlo. Fue mi madre (también muy preocupada) la que me dijo que se encontraba en mal estado y que había que cuidarla. Yo la vigilaba día y noche, hasta le hice una camita debajo de la mía. Era muy triste para mí verla dolorida cuando caminaba, arrastrando los cuartos traseros. No comía, no salía… ¡Ya no ladraba! Ni siquiera me miraba a los ojos. La situación se hacía desesperada. Fue entonces cuando me dijo mi madre: “ `Miguelico´ (Miguel): si tú no la llevas, la llevo yo…” Cogí un taxi y el taxista, al verme la cara tan descompuesta, me preguntó si estaba tan enferma como parecía. (Misteriosamente tuve la impresión de que sabía que estábamos hablando de ella, porque me miró a los ojos. Entonces le dije: “Perdóname, cariño…, yo no quiero hacerlo. Pero qué otro remedio me queda para que dejes de sufrir”. Aquel señor intentó consolarme diciendo que sólo era una simple inyección…, y que no sufriría. ¡Ay mi perrita!
            Cuando me la devolvieron, con su cuerpecito aún caliente, la llevé a enterrar junto a la tapia del cementerio, cerca de casa. Fue allí donde preparé la sepultura de mi inolvidable y queridísima Paloma.
            (Niños, mayores: no abandonéis a vuestras mascotas. A ti no te gustaría que te abandonaran, ¿verdad? No les provoquéis ese sufrimiento. Los perritos, esos amigables y mejores compañeros, no lo merecen.
            Si esta pequeña historia diese algún tipo de beneficio, los emplearé en honrar a mi Paloma, asignándolo a las residencias caninas que estén mal económicamente para que no pasen calamidades. 
            Mi madre se hubiera puesto muy contenta si viese la luz este artículo…, y más contenta aún porque yo dejaría de llorar por mi Paloma. Tengo setenta y cuatro años y aún se me saltan las lágrimas. No puedo evitarlo, soy así).

Miguel Caparrós Albarracín.
(“El Machucao” de El Palo)