Y entonces uno relee un clásico de nuestra literatura, de nuestro pasado, las andanzas de aquel huérfano, Lázaro de Tormes, que tuvo que abrirse paso en la España de hace unos pocos siglos, mostrándonos la picaresca buscavidas, amoral, afianzada en nuestro territorio, víctimas de la crueldad, la hambruna y la insolidaridad, sin espacio para la humanidad más precaria, yendo de la necesidad a la pícara ocurrencia de quedarse con lo del otro que también se muere de . . . hambre.
Y a uno va abriéndosele las carnes, cuando trata de escapar de aquella época y se topa con la actual, y comprueba que no somos nadie o más bien muy poca cosa, y que salvando la modernidad inevitable, nada ha cambiado mucho, y la picaresca cainita y burda recorre como antaño nuestro devenir cotidiano.
Y así, tras el rosario inagotable de corruptela en menor o mayor grado para reencontrarse con la realidad descarnada del engaño y la picaresca con tanta normalidad.
Y así uno se hace cruces cuando se entera que el fiscal general del Estado ha impedido que las fiscalas de la Púnica vayan a “molestar”, investigando al presidente de Murcia,por si las moscas, con toda una argumentación muy técnica, aunque resulte que el tal presidente ya supiera lo que iba a dictar el fiscal general antes de que lo dictara, ¿se entiende?.
Como también se impidió al fiscal de La Rioja siguiera investigando al antiguo presidente de esa autonomía, Pedro Sanz, actual vicepresidente del Senado, ¡ cómo se trepa si se sabe trepar!, porque no se debería seguir investigando por qué el tal Pedro Sanz se ha ido construyendo un chalé de dos pisos de 500 metros cuadrados, y un jardín de 1.000 metros cuadrados en un paraje idílico de huertas, con una inicial licencia para una caseta de aperos de labranza, hasta que, en 2.013, el ayuntamiento de Villamediana, del PP, legalizara por fin y a la carrera antes de perder la alcaldía el casoplón del benemérito vicepresidente del Senado.
Y así pues uno sigue releyendo El Lazarillo y entiende tanto de nuestra actualidad, entristecido y desanimado, porque cuesta creer que alguna esperanza de nobleza y decencia puedan llegar a animarnos y a confiar en . . . nuestros paisanos españoles, tanto como no le convino confiar a Lázaro de Tormes en la Edad de oro español.
Torre del Mar febrero – 2.017