Leer y vivir, leer y amar, leer y soñar, leer y aprender, leer y ser, leer y dar ejemplo … como hizo mi madre, "ama", sin decirlo ni destacarlo, simplemente porque mi madre leía a diario, y nos mostró el camino, la razón de su hábito lector.
Mi madre tuvo la suerte de morir de repente, de una súbita apoplejía, tras haber leído el diario, como venía haciéndolo desde siempre, desde que soy capaz de recordarlo.
Mi madre murió anciana. Torpe y dolorida, tan enferma y delicada como entera y determinada fiel a sus forma de ser y actuar hasta el último suspiro.
Y mi madre me pedía todos los fines de semana, cuando yo iba a visitarla, en sus últimos meses y años, que le "trajera libros", porque ya se había leído los que le había dejado.
Y mi madre "podía" con todos ellos, algunos les gustaban más, otros menos, pero podía con todos, se enfrascaba en su lectura, apagaba la tele por la tarde y ya anciana, mi madre, sin una cultura especialmente esmerada, se disponía a leer una, dos … horas un libro tras otro.
Y como con las películas, también con los libros, ella me pedía que prefería los "dramas". Mi madre era más de "Cumbres borrascosas", de "Rebeca", de amores fatales, e heroicidades románticas, existenciales, prefería el diálogo a la descripción, . . .pero no importaba cuál le dejaba, "podía" con todos.
Y por la mañana, su periódico diario, El Correo, sin perdonarlo, su lectura minuciosa, hoja a hoja, y si no le había dado tiempo, por la tarde, sin ceder en su afán por estar al día, por vivir más intensamente a través de tantas historias leídas y vividas leyéndolas, mientras leía y sentía y soñaba y aprendía . . .
Mi madre solo fue ama de casa, dedicada a sus labores, entregada al cuidado de su marido y de sus dos hijos, pero siempre tuvo tiempo para encontrar un ratito para leer.
Ya anciana, viuda, sin querer abandonar su hogar de toda la vida, hecha una resistente numantina, orgullosa, alzada sobre las almenas de su particular castillo, doméstico, familiar, mi madre nos enseñó a todos los suyos que se podía vivir y leer a diario, leer a diario y vivir con dignidad y pasión.
Y recuerdo sus últimos años, con mi madre del brazo, paseando, en sus largamente cumplidos ochenta y muchos años, charlando, hablando, opinando . . . mi madre, puesta al día . . .
¡Venturosa mujer!
¡"Ama" inolvidable, respetada y amada!
De mirada franca y humana, mi madre recordada en su sofá leyendo a media tarde . . . enfrascada . . . para luego cuando fuéramos a salir de paseo ofrecerme el mejor y más inesperado regalo: "¿Sabes hijo?, soy una persona feliz". A las pocas semanas murió.
Mi madre a la que tanto le gustaban "los dramas", dos días antes de cumplir 88 años.
Torre del Mar 19 – mayo – 2.017