Historias
de a medianoche,
a la fresca de unos escalofríos
que se disimulaban,
antaño,
como todas las historias,
viejas e increíbles,
contadas al albur de la llama
que tiritaba,
cuando de niños escuchábamos
sin rechistar,
para luego ir a soñar,
desvelados,
bajo el embozo almidonado,
alumbrados apenas
por el haz de polvo lunar,
de la noche negra,
estrellas en la bóveda celeste,
los ojos apretados,
muy cerrados,
la historia revivida,
historias de pueblo,
historias de otrora,
desgranadas
en el portal de la casona
de mis abuelos,
al tanto que se llamaban, severos,
los sapos encelados,
y callaba la luna llena,
y volaba muy silenciosa la lechuza
que observaba y sobrecogía,
su vuelo planeador,
sin sombra,
cuando ya el sueño nos iba venciendo
y los cuentos de viejas
nos mecían
en la noche eterna
e infantil,
en un suspiro,
antes de que volviesen los trinos
a alumbrar un nuevo día,
en la alcoba encalada,
en la casa de mis abuelos,
en el pueblo de mi padre,
bajo un cuadro algo siniestro,
mágico y coloreado de la
Santa Virgen del Perpetuo Socorro.
Cuando entonces yo sólo era un niño.
Torre del Mar 30 – junio – 2.017