LAS HURDES MALAGUEÑAS

Con estas palabras, la revista Vida Gráfica se hacía eco de la forma tan poco humana de vivir que tenían los habitantes de las cuevas de El Calvario, por lo que  en escrito de contrastada realidad en  aquellos años 30, afirmaba el articulista que el hombre de las cavernas aún existía en aquella zona, a la que él denominó como “las Hurdes Malagueñas”.

El periodista continuaba expresando sus sensaciones sobre las cuevas de la siguiente manera: “en los huecos cavados en la roca por la acción del agua y del tiempo, en la cuenca de un arroyo, que con honores de calle cruzaba la barriada, siendo portador de deyecciones que en su curso recogía, habían viviendas que servían de albergue para un prójimo a quien el Decálogo, mandaba amar como a nosotros mismos”.

Algunas de las razones  para darle esa denominación a las cuevas tras la visita que efectuó al lugar y haber hablado con los vecinos, estaban en su descripción detallaba del interior de las cuevas, que  estaban compuestas “de una, dos o tres piezas de dos metros de largo por dos de ancho y dos de altura aproximadamente, sin más comunicación con el exterior que una pequeña puerta, por la que entraba de todo menos aire y sol, y por la que salía una atmósfera irrespirable, saturada de mefitismo humano. Y allí se albergan en promiscuidad primitiva, hombre, mujeres, niños y animales domésticos, dando un rotundo mentís, a todas las previsiones de las sabias leyes que velan por la salud pública”.

Aquellas mal llamadas viviendas no solían ser propiedad de sus habitantes, sino del casero, a quien debían pagar mensualmente una renta que oscilaba entre las dos cincuenta y las quince pesetas a pesar de que algunas amenazaban ruina, sin agua, luz, ni cuarto de baño. Algunos propietarios vivían del alquiler de las cinco o seis cuevas que poseían, sin que se hiciesen contratos de arriendo, pagándose las renta anticipadamente, “y si alguien se atrasaba, pues… la patá en el talle, y a vivir a la playa”.

El Palo. Plaza de las Cuevas. Principio del Siglo XX. Foto-Postal

 

El comentarista continúa ofreciendo una información ya histórica, que en la actualidad nos hace ver la realidad del vivir de la clase humilde y desprotegida, cuya calle estaba iluminada “por cuatro luces, que por su opacidad, ni molestan a los murciélagos, pues las cien bujías de intensidad lumínica que representan distribuidas entre los mil vecinos, darían una corriente de una décima de bujía para cada uno, lo que pone en constante peligro la integridad del que tiene que transitar por aquel pavimento, con honores de torrentera”.

La vecina con la que estuvo hablando, que estaba  en estado de hacer buenas sus  palabras, le dijo que “esa falta de luz es la causa de que nos acostemos temprano y tengamos muchos niños”.

Leyendo el escrito del periodista, que aun hoy demuestra tanta sensibilidad por la situación de aquellas personas, se pueden entender  las carencias, la pobreza, y la lucha por la existencia de aquellos vecinos, a cuyas escaseces económicas y las ínfimas condiciones sanitarias de las viviendas, se debía añadir  la falta de agua corriente, la insuficiencia de servicios y alcantarillados adecuados que, como finaliza escribiendo el articulista, ofrecían como resultado la persistencia de epidemias o enfermedades infecciosas, como la tuberculosis o la gripe.

El Palo. Cuevas, noviembre de 1954. foto: Bienvenido – Arenas.

Las normas de la moderna higiene de la época, indicaban que para mantenerla, eran necesarios unos cincuenta litros de agua diarios por persona, lo que no debía resultar fácil para los habitantes de este lugar, que debían andar unos ochocientos metros para recoger el agua y acarrearla usualmente “a cuadril” hasta sus casas.

Eran los años en que se debía haber puesto en marcha el Expediente del “Plan de Ensanche de Daniel Rubio de 1929”, el cual constaba de planos y presupuestos, aportándose en la memoria  estadísticas y datos de todo género, que demostraban  la  necesidad de llevar el proyecto a la práctica con toda urgencia, muy particularmente en lo que se refería a la densidad de población, ya que se daba el caso de que teniendo Málaga 160 .000 habitantes, su densidad media total por hectárea era de 302 habitantes.

No se volvieron a conseguir niveles parecidos hasta 1950, siendo en esta fecha cuando se redactó “el Plan General de Ordenación” de González Edo.