Tras una existencia plegado a la escalada social, sin perdonar ni un céntimo, ni el menor beneficio que siguiera aupándole, peldaño a peldaño, por encima de la medianía que cada día podía contemplar un poco más desde arriba, cada vez más alejados, semejando hormigas, puntos sin rostro, sin saber quienes eran esos puntitos que, ¡ale hop!, podían desaparecer en un instante.
Miguel Blesa consiguió tener rostro, en los noticiarios, en los papeles, en la rabia contenida de tanta desahuciado. Lástima. Sus víctimas no tenían rostro, aunque apareciesen, pobres, ancianos y arruinados, y gritaban y "presionaban", ¡pobrecillos!, contra sus estafadores y ladrones todopoderosos.
Mientras todo iba convirtiéndose en un rosario de declaraciones ante el juzgado, recursos al efecto, condenas, muy leves por cierto, muy ajustadas a ley en cualquier caso. Mostrándose muy dignos, quedando al socaire de la pérdida de afecto personal, entre los suyos, entre los compinches que lo fueron, incluso espabilando más para no caer ante la justicia, la justicia que pretende ser de todos, aunque cueste tanto … frente a quienes durante tantos años se han dedicado a ganar mucho dinero, millones y millones, de un modo u otro.
Como para que la vida tratase de seguir igual, una vez que el inefable gestor también andaba en apuros por su desahogada gestión, paralelamente a sus víctimas y otras miles y millones, víctimas de la desigualdad tan mimada y cebada, como para terminar en la desesperación según en qué grado de … victimismo.
Como para que ahora apenas nos quede tiempo para lamentar la pérdida de Miguel Blesa si, además, en el deceso del mismo va incluido el sobreseimiento de las causas que perjudicaran y continúen perjudicando a los únicos y verdaderos caídos por causa de una manera de hacer y gobernar … aunque muchos insisten en no arrepentirse de nada.
Torre del Mar julio – 2.017