«El viento es de poniente y viene bastante húmedo, y por eso suena», aclara Cristóbal Miguel, responsable del parque eólico Sierra del Agua, que se ubica a medio camino entre Álora y Casarabonela. El pasado viernes, 15 de junio, se celebró el Día Europeo del Viento, con el objetivo de sensibilizar a la opinión pública sobre los beneficios de la energía eólica. Con motivo de la efeméride, SUR acudió a conocer el último centro de producción creado en Málaga.
Los molinos se sitúan sobre un conjunto de lomas muy cerca de Carratraca, desde donde se accede por un camino terrizo, pero bien cuidado. «Vamos a subir hasta arriba, y desde allí comprenderán por qué esta zona tiene viento», agrega Cristóbal, que hace las veces de guía en la improvisada expedición.
«Es muy sencillo: si se toma un mapa de la provincia en relieve, se observa como un pasillo natural entre las cuencas del Guadalhorce y del Guadalquivir. Los antiguos ya utilizaban este itinerario para llegar hasta Sevilla, porque es la más baja de las sierras colindantes, con un pico de 950 metros, frente a los más de 1.300 de las que lo rodean. El viento tiende a buscar el camino más fácil», explica el experto malagueño, mientras la furgoneta asciende por el camino.
«La corriente es bastante buena, y menos salvaje que la de Tarifa». Algo que, aunque pueda parecer lo contrario, también es positivo. «A veces se para la producción por exceso. Aquí es más constante, menos radical». La instalación consta de 16 aerogeneradores, en dos líneas de ocho. Tienen una velocidad mínima para ponerse en marcha, que es de cuatro metros por segundo (14,4 km/h). «A partir de ahí, ellos solos se orientan hacia la posición óptima, y mueven también sus palas para aprovechar el viento al máximo».
Las máquinas funcionan correctamente hasta los 25 metros por segundo (90 km/h), que es el rango óptimo de funcionamiento. El máximo potencial generador de electricidad lo desarrolla entre los 10 y los 12 metros por segundo (43,2 km/h). Desde ese punto, aunque haya más viento, produce la misma energía. A 25 metros por segundo se corta, para que no se sature.
«El freno son las propias palas, cuando hay poco viento se quedan en posición de bandera, y cuando sopla se ponen en potencia, se inclinan para adaptarse a la fuerza. La máquina es prácticamente autónoma; regula el paso y busca siempre la mejor orientación».
800 hogares
Cada molino produce 850 kilovatios por hora, cuando trabaja al máximo. «Esto es, la energía suficiente para asistir a más de 800 hogares», aclara su responsable. En total, el parque rinde 13,6 megavatios. La cifra es elevada, pero la tecnología en este campo avanza a pasos gigantes. Ya los hay que desarrollan hasta 2.000 kilovatios, y algunos prototipos que funcionan en medios marinos dan 5.000 kilovatios. En cambio, los primeros generadores instalados en Tarifa rendían apenas 100 kilovatios. «Esto pasa como los ordenadores, se quedan pronto pequeños». Pero ante el elevado coste de la inversión -cada uno cuesta un millón de euros, con una vida útil de 30 años- no es posible ajustarse a las novedades.
Al llegar al pico más alto, a 950 metros de altitud, donde se ubica el último de los molinos, el viento es tan fuerte que causa frío, a pesar de que es mediodía y el sol cae de lleno. «Aquí los coches hay que aparcarlos de cara al viento, si no, las puertas pueden llegar a saltar de cuajo». Desde ese punto, se obtiene una perspectiva privilegiada de la sierra y de los propios aerogeneradores, que, pese a sus 45 metros de altura, tienen un bajo impacto visual.
Los extremos de las aspas están pintados de rojo. «Por aquí encima pasa la senda de aproximación del Aeropuerto de Málaga, y Aviación Civil exige que estén señalizados, aunque los aviones van mucho más arriba». Cada una mide 25 metros desde el eje hasta el extremo. Y la cabeza -o nariz- tiene más de dos metros de altura. «Dentro hay espacio para 3 o 4 personas».
En el vientre de la máquina, el ruido de las turbinas y los motores es ensordecedor. Parte del trabajo de Cristóbal -y de los tres técnicos de mantenimiento del parque- se desarrolla en las cabezas, e incluso en el eje de las aspas, y hay que subir los 45 metros por una escarpada y estrecha escalera. Para evitar accidentes, van enganchados a un arnés de seguridad. Como si fuera una almazara de aceite, también aquí se puede probar in situ el producto del viento. Basta con enchufar cualquier aparato eléctrico a la toma existente junto al propio panel de control para obtener la energía.
El complejo cuenta con una torreta de predicciones propia, para estimar la fuerza y la capacidad de generación de cada día. Los cables que transmiten la electricidad van soterrados y confluyen en una subestación, en una zona donde también se ubica la oficina y el almacén. Desde ahí, se transmite a otra, ubicada en Álora, para su distribución a los hogares.
El trabajo en el parque
El despacho de Cristóbal se encuentra en medio de un pinar frondoso y casi intransitado. Su trabajo sólo se interrumpe con los escasos grupos de cicloturistas que se aventuran, los propios equipos de mantenimiento y las fuerzas de seguridad. Ni ruido, ni tráfico. «Cuando hay viento aprovechable procuramos hacer otras tareas, y preparamos las herramientas para que, en cuanto deje de soplar, hacer los controles preventivos».
Se ocupan de labores tan dispares como el mantenimiento de los generadores eléctricos, la limpieza de pólenes, el engrase de los rodamientos y las actualizaciones informáticas. Están de guardia las 24 horas. La monitorización de las torres se hace desde la central de la empresa, en Pamplona. Trabajar en el monte también tiene sus inconvenientes. Si hay un fallo de noche en el último generador, deben acudir, llueva o haga frío. «Es cierto que estamos en una sierra, pero no hay muchos problemas».
La relación del parque con el medio ambiente va más allá de la producción de energía limpia. En verano, los dos comparten la misma amenaza: el fuego. La alerta es constante. El técnico recuerda que en los años 50 se hizo una gran repoblación de pinos, y últimamente también un equipo de la UMA ha colaborado en la reforestación. Los molinos están todavía en su juventud. A Cristóbal Miguel le dará tiempo a ver crecer aún muchos pinos más en este bello rincón del Guadalteba.
DIARIO SUR