La vocación del flamenco

ALFONSO VÁZQUEZ. MÁLAGA A Francisco Padilla le emocionan los versos de Miguel Hernández. Como el poeta de Orihuela, Francisco también tuvo que atender un rebaño de cabras y conocer los rigores del campo. Entre faena y faena, de una taleguita sacaba una libreta en la que aprendía a escribir por su cuenta.
Nació en Comares en 1937 y con diez años marchó a Málaga con la familia. "Mi padre estuvo de encargado en un lagarillo que había encima de la finca de La Corta, allí hacíamos de todo: la siega, cavar… todo duro, duro, duro", cuenta. El pequeño Paco se convirtió más tarde en lechero en la finca Morales, pasada la venta del Boticario. "La carretera de Colmenar me la conozco mejor que mi casa", destaca. A las 7 de la mañana ya estaba ordeñando las cabras y luego bajaba los cántaros con bestias, a veces 300 litros de leche, hasta una lechería en Capuchinos. Tras la mili en el Campamento Benítez, cambia el campo por la construcción. "Trabajé de albañil en la Costa del Sol cuando el boom de Torremolinos, en el hotel Tropicana estuve trabajando desde el principio hasta que se puso la bandera".
Pero con 23 años, la caída de un andamio le frustra ese camino. "El médico hizo lo humanamente posible, pero el pie se perdió". Con una prótesis, Francisco confiesa que tuvo que "empezar a vivir de nuevo".
Pero la vida siguió y pudo abrirse camino. "Fui a hablar con el administrador del Hospital Civil, don Félix Mata y le conté el problema que tenía. Me preguntó qué tal andaba de letras y le dije que no me podía quejar". En el Hospital Civil estuvo trabajando en diferentes puestos desde 1964 hasta su prejubilación con 60 años, a causa de un infarto. Además, allí conoció a su mujer, ya fallecida, con quien tuvo tres hijos.

El Flamenco. Pero el trabajo no lo ha sido todo en la vida de Francisco Padilla. Desde la infancia tuvo una enorme afición por el flamenco, acompañando a su padre, a pie, desde las alturas de La Corta hasta el Centro, para asistir a los espectáculos flamencos de los cines de verano y los teatros. "De niño recuerdo a cantaores como Canalejas de Puerto Real, Manuel Vallejo, que fue llave de oro y uno de los que más me impactó, aunque tenía sus detractores, fue Pepe Marchena, que era un fuera de serie".
Francisco Padilla creció oyendo a la Niña de la Puebla, a Pepe Pinto, "y a los de Málaga, todos". Todavía recuerda la dulzura con la que Ángel de Álora interpretaba los tangos del Piyayo o los recuerdos que el veterano Diego el Perote tenía de los grandes de ´la Edad de Oro del flamenco´ como La Trini, don Antonio Chacón o Juan Breva. "En Álora he tenido y tengo grandes amigos y es uno de los sitios donde más aprendí sobre cante flamenco", señala.
La afición por el flamenco le ha empujado también a llevar ´la voz cantante´, aunque subraya que sólo es un aficionado. Además, durante casi una década, presentó en Onda Joven el programa semanal ´Así se canta en Málaga´.
La vinculación con la Peña Juan Breva de Francisco Padilla es muy tempranera. "Estoy desde el principio, cuando las reuniones se hacían en una tabernita de la calle Granada. Allí fue donde se redactaron los estatutos". Ahora, confiesa estar "muy ilusionado" con el Museo del Flamenco y la nueva sede de la peña, en la calle Ramón Franquelo. "Como conozco todo lo que conserva la peña, que es mucho y bueno, tengo ganas de que lo pueda lucir para que los malagueños lo disfruten". Ya queda menos para que Paco Padilla vea cumplido su deseo más flamenco.