ALFONSO VÁZQUEZ Miguel Sánchez desprende el encanto y la sencillez de las personas desprendidas. Este malagueño de 66 años, natural del Molinillo, aunque afincado en el Palo desde hace un cuarto de siglo, no ha tenido una vida fácil. Hijo de un espartero, para ayudar a la economía familiar vendía agua en botijos en el fútbol y en los toros. "Pero no en la misma plaza, me iba a Gibralfaro. Los botijos los tenía que llenar detrás del Ayuntamiento, en el parque de bomberos y luego subir cargado porque en el parador no me dejaban llenarlos".
Miguel también vendió almendras y avellanas siendo un chavea y se convirtió en feriante. Cuando las dioptrías le aumentaron (llegó a tener 16 en cada ojo) le arreglaron los papeles y se convirtió en vendedor de cupones, un empleo en el que ha trabajado 45 años. A su mujer, Agustina, también vendedora de cupones, la conoció al ir a visitar a un amigo y encontrársela fregando en el suelo. Le soltó un piropo y con el tiempo, llegaron el compromiso y la boda en 1965. Tienen dos hijos y tres nietos.
Cinco años antes organizó viajes en autobús para llevar a los malagueños a los carnavales de Cádiz. "Entonces no podía hablarse de carnaval, eran ´fiestas típicas gaditanas´", comenta.
Miguel se considera "muy carnavalero" y ha sido uno de los impulsores del Carnaval en Málaga, organizando una de las primeras murgas, ´Los Molineros´ y participando en la fundación de amigos del Carnaval. Aunque hace 13 años que no actúa en el escenario, destaca que el Teatro Cervantes y el Alameda imponen: "Es una cosa que impacta mucho porque sale uno asustado, pero lo arreglamos actuando en directo en las peñas, antes de salir", explica.
Pero aunque ya no sale a escena, Miguel Sánchez es uno de los mayores animadores de los concursos, gracias a sus conocidos ´oles´ que arrancan la carcajada del público. Su afición por el Carnaval de Málaga puede verse también en su casa, donde conserva 117 disfraces, algunos de ellos realizados por una famosa modista de Cádiz. "Todos los años me compro tres o cuatro", explica.
Hermano del Carmen. Tras la semana del Carnaval hay una fecha que Miguel guarda en el corazón: el 16 de julio. Ese día, la Virgen del Carmen del Palo pasa por su calle, el Carril de la Milagrosa, algo que consiguió después de apuntar de hermanos a casi todos los vecinos. Pero hay otro motivo por el que el paso del trono delante de su casa se ha convertido en una tradición: todos los años adorna la fachada de la vivienda con motivos marineros y con grandes altavoces, le regala la Salve Marinera a la imagen. Además, este hombre generoso regala bebidas a todo el público que se congrega alrededor de su casa, incluidos los hombres de trono. "El año pasado compré 15 cajas de cerveza, 15 de naranja, 15 de limón, 15 de cocacola y 30 de agua", explica. Luego, agasaja a sus numerosos amigos con una barbacoa que se prolonga hasta la madrugada. Todavía en febrero la terraza de su casa conserva todo el colorido del Día del Carmen. "Para este año voy a colocar un red que cubra todo y a poner anclas, un timón, mejillones y conchas finas", adelanta.
Miguel ahorra para agasajar a la Virgen del Carmen y dos meses al año viaja a Cuba con la ONG ´Churriana sin fronteras´ desde hace varios años, cuando visitó la isla por primera vez y vio sus necesidades. Las tiendas del Palo le guardan ropa y también recoge medicina para los más necesitados de Cuba. Estos días, recién operado de la vista, comienza a dejar atrás las dioptrías. Miguel Sánchez sigue viendo la vida con el corazón.
El incidente con el guardamuelle del Puerto y las nuevas gafas de Miguel
Parece el argumento de una película de Berlanga, pero le sucedió a Miguel Sánchez. Siendo un quinceañero, para ganarse unos cuartos vendía tabaco en el Puerto; a duras penas, porque a pesar de sus numerosas dioptrías, no llevaba gafas. "No tenía dinero para pagarlas", cuenta. Cuando el Puerto prohibió la venta de tabaco y así se lo comunicó un guardamuelle llamado Juan Mora, "al día siguiente, como no veía, no tuve otra cosa que ofrecerle nada más que a él". El guardamuelle le llevó a la Junta de Obras del Puerto, pero al ver que al chico se le saltaban las lágrimas de impotencia, le preguntó la causa. Miguel le explicó que no veía y no tenía dinero para unas gafas. El guardamuelle le entregó entonces un papel y así pudo verle un médico y luego, recibir unas gafas. "Cuando vi que no me las cobraron fui al Puerto a darle las gracias y me enteré que todos los guardamuelles habían hecho una colecta para pagarme las gafas".