Nuestro homenaje a Chano

Sabemos que se quedó huérfano de padre siendo casi un niño y que tuvo que trabajar duro en el puerto de su Cádiz natal para ayudar en casa, pero el gusanillo del cante se le había metido ya en sus venas y no era raro verle merodear por las ventas y demás lugares de fiesta intentando alternar con los cantaores consagrados que allí se buscaban la vida. En su tierra natal comenzó pasando las "hambres" de rigor y aguantando el levante y la guasa de los malos aficionados. Gaditano hasta los tuétanos y flamenco desde la cuna, se inició visitando los tablaos de su ciudad natal, principalmente en la Venta La Palma, junto a Aurelio Sellés, Servando Roa y Antonio El Herrero.

Genuino representante de la mejor escuela de cante gaditano, Chano atesoraba toda la riqueza de matices que caracteriza a los aires acompasados, rítmicos, embriagadores, gozosos y mágicos de Cádiz. En su juventud bebió de la inagotable fuente de Aurelio Sellés y Pericón de Cádiz; también profesaba verdadera devoción por la obra y la figura de Antonio Mairena, pero quien marcó por encima de todos ellos su estilo interpretativo, en la mayoría de los palos, fue Manolo Caracol. En la voz de Chano se conserva aquel eco por soleá: “Tiro piedras por la calle/ a quien le dé que perdone/ tengo la cabeza loca/ de puras cavilaciones.”
Su inigualable sentido rítmico y su solemnidad en los palos más trágicos pedían para él mayor protagonismo, y fue hace alrededor de veinte años cuando dio el salto adelante para ser primera figura en los escenarios y en los carteles de los más grandes eventos flamencos del mundo. Desde entonces su dimensión artística no ha dejado de crecer.
Verdadero archivo viviente de los estilos de su tierra, Chano era capaz de recrear las letras y los aires más insospechados: tangos de Gardel por bulerías, tanguillos y tercios por soleá de inapreciable sabor antiguo… Como cantaor de alante era largo, lo cantaba prácticamente todo y casi todo muy bien, de la siguiriya a las tonás, la farruca y el garrotín, los cantes de ida y vuelta, y por Cádiz era un maestro indiscutible. Cada una de sus actuaciones constituía un acontecimiento sorprendente. Por eso, hace ya largo tiempo que Chano Lobato era solicitado para las citas flamencas más importantes de este país. Su talento ha sido elogiado por la prensa y aficionados, que seguían en legión sus actuaciones. Era un cantaor destacadísimo, un gran conocedor del cante y no solamente de los estilos de su tierra natal. Adornado con el don de la generosidad, era un derroche de simpatía que enseguida establecía un cálido contacto con el público.
Chano Lobato, tirintintrán, trán, trán, era genial. Cádiz puro. Y tenía la inmensa capacidad de resumir el Espasa en un cante por bulerías. Chano Lobato, con su gracia, condensó mejor que nadie la situación general del flamenco. Y todo esto nos lo contaba, y cantaba, con la ternura infinita de su entrañable transparencia.
¡Va por ti, maestro!
Editorial de Jondoweb
La marcha de Chano Lobato era un viaje anunciado, y finalmente nos duele como si nada hubiéramos sabido. Resignados, sí, pero con el vacío en el frasco de la esencia, como si se hubiera gastado el elixir del arte. Y ahora… ¿quién recorrerá los pasillos de los camerinos convenciendo a los más jóvenes de que no se vayan para hacer un fin de fiesta?, ¿quién nos contará con tres gestos una historia inolvidable e inmortal?, ¿quién me llamará "sobrino" para mi orgullo?, ¿quién cantará por cantiñas con sabor a mar?, ¿quién meterá por bulerías hasta el periódico…?

Chano era un gran artista, no era un Pavarotti, como él decía, pero era un excelente artista que se había convertido en el "tío de tós nosotros", y eso, lo hace único y más grande. Ya en los años 70 metía tangos de Gardel por bulerías y 30 años después grandes figuras siguen el modelo.
Chano se ha ido, pero con su amabilidad, con su gesto bondadoso, con su arte, ha sembrado semillas de pasión y de generosidad en cada uno de nosotros. No hay mayor paraíso que proyectarse en el futuro a través de los demás, tal y como lo hizo Chano Lobato. ¡Gracias, tío Chano!

© Marcos Escánez Carrillo
www.jondoweb.com
 
De luto está hoy el tirititrán… Nos ha dejado Chano Lobato! Maestro del cante y grandísima persona, que, sin duda, recordaremos con una sonrisa por todos esos momentos de gloria que nos ha regalado!
 DESCANSE EN PAZ, tío Chano!!!
Ana Palma, fotografía

 
 
 
JUAN MIGUEL RAMÍREZ SARABIA, "CHANO LOBATO", hijo de Sebastián y Carmen, nació en la famosa calle Botica del Barrio de Santa María. Sabemos que se quedó huérfano de padre siendo casi un niño y que tuvo que trabajar duro en el puerto de su Cádiz natal para ayudar en casa, pero el gusanillo del cante se le había metido ya en sus venas y no era raro verle merodear por las ventas y demás lugares de fiesta intentando alternar con los cantaores consagrados que allí se buscaban la vida. En su tierra natal comenzó pasando las "hambres" de rigor y aguantando el levante y la guasa de los malos aficionados. Gaditano hasta los tuétanos y flamenco desde la cuna, se inició visitando los tablaos de su ciudad natal, principalmente en la Venta La Palma, junto a Aurelio Sellés, Servando Roa y Antonio El Herrero; aunque la verdad es que no conservaba una idea precisa de su inicial contacto con el arte flamenco:
"Me encantaba bailar desde chiquillo, porque yo bailaba. De niño bailaba, daba mis vueltecitas. Me acuerdo que me decía Ignacio Ezpeleta que era el cohete, porque bailaba mu nervioso. Tó esto te estoy hablando de chiquillo, cuando tenía cinco o seis añitos. Y en los días de carnaval formábamos como una compañía en la que iban la Perla, los hermanos Jineto, Curro la Gamba, Rosario la de Ojitos, María la Ñaña, los flamencos del barrio…”
El comentario
Por Rafael González Periana
Los textos que he encontrado en esta edición de Ático Izquierda me han servido para recordar y llorar a Chano Lobato. Ha dado la casualidad, además, de que en estas últimas semanas he escuchado un montón de veces, siempre pocas, distintas grabaciones de Chano en cintas de cassete, unas como cantaor p´alante, otras como cantaor p´atrás. Una de ellas, cuyo origen ignoro, parece una grabación en un tablao, con Sabicas a la guitarra, que pone la piel de gallina. He vivido muchos buenos momentos flamencos, de los que dejan recuerdos memorables, imborrables. Sin lugar a dudas, uno de los mejores, si no el más memorable, de los que he vivido y de los que pueda quizá ya vivir, fue el de las veinticuatro horas que pasé a su lado en su visita a Manlleu. No fue sólo su actuación el Festival, que tuvo momentos especiales, excepcionales, como las tonás con las que se despidió; me las recordaría meses después cuando los amigos de Cerdanyola me invitaron a la comida que organizaron en homenaje a Chano, el día del Festival en el que cantó con Chocolate. Fue toda una experiencia de contagio artístico, de vuelo de flamencura, tanto en los múltiples episodios que contaba como en los arranques y apuntes de cante y compás que tuvo. Aquella tarde, junto a la Cañeta y José Salazar, que también actuaban por la noche, fue un libro abierto sobre los años de los tablaos de Madrid, de Pastora Imperio, de Caracol…; se acordaba mejor de  episodios y anécdotas de la Cañeta que la propia Cañeta y, por supuesto, de las juergas flamencas que se corrían después de las actuaciones, cuando la Cañeta ya se había marchado a dormir. Recuerdo las veces que mencionó las "borracheras de zapatero" que cogía y lo malo que se ponía, y lo mal que lo pasó en tantas y  tantas giras agotadoras, pero condimentadas con situaciones de sainete como el del lío entre los "calacoles" y los "calamales" con unos aficionados japoneses. En verdad, era la escenificación de las mil y una historias de Pericón. Hubo momentos en los que dibujaba el compás en el aire con los gestos y movimientos de sus manos y nudillos. Derramaba arte a raudales hasta por los poros. Y entre una treintena de figuras profesionales que ví pasar por los festivales de Manlleu, fue el único que, de madrugada, en un bar, cuyo dueño, Antonio García, nos obsequió a artistas y organizadores, fue el único -decía- que nos regaló unos cantes postreros que sabían a gloria. Eran cantes con historia o historia de los cantes, porque se cuidaba de contarnos, nunca mejor dicho, dónde y cómo los había recogido.
Entre las diversas noticias que nos ofrece este Ático Izquierda, las hay de sobre las novedades en La Unión, festivales, discos, libros, programaciones de peñas, escena…, pero me ha llamado la atención la continuidad del Festival Flamenco de Cornellá (que se presenta desde hace tiempo como F. F. de Cataluña), el decano de los Festivales F. de Cataluña por obra y gracia de Paco Hidalgo, que tiene su hueco con la presentación de la segunda edición de su biografía de Carmen Amaya. El formato y pretensiones son aproximadamente los mismos que en tiempos de Paco Hidalgo, con un lugar para los novísimos, los cantaores y cuadros de peñas, la compaginación del festival en el Auditorio con el Torre de la Miranda, etc. No sé si sigue funcionando la batuta de Paco Hidalgo, pero responde al concepto que él defendía, si bien hay una disminución de actividades "culturales" complementarias (exposiciones, charlas…), en las que a veces me comprometió. Pero, este comentario viene al caso de que en uno de esos festivales, una noche cantó Chano, junto a Chaquetón, algún cantaor que no recuerdo, y el bailaor Javier Latorre. La apoteosis fue cuando Chano se dirigió a Antonio Ruiz, el bailarín, que estaba, en primera fila, en una silla de ruedas, junto a a Pilar López. Subieron al escenario de la mano de Chano; bueno, a Antonio R. entre varios lo subieron como pudieron. Y aquello fue magia, la locura de décadas de flamenco que había recorrido medio mundo. 
La luz que se apaga
El cantaor simboliza los cantes ligados, directos, justos; su historia es la de este arte marcado por la precariedad
Cuando cumplió 80 años, en 2007, le pusieron una calle en Cádiz. Es una calle estrecha, pequeña, al comienzo del barrio de Santa María. Muy cerca de la de su maestro Aurelio (también un pequeño callejón, en este caso junto al puerto). Cruzando todo el casco antiguo, en el corazón de La Viña, está la de otro de sus admirados paisanos, Pericón, con el que compartió ese gusto por la vida, ese cantar y contar, esa sal que se esparce al universo mundo gracias a la mar.
Chano pertenece a esa larga tradición de cantaores decidores ingeniosos gaditanos, esa cadena que se llama Diego Antúnez, Ezpeleta, Pericón, Beni. Chano es Cádiz. Mesura, garbo, sutileza, finura. Un cante marcado por una geografía: sol, azul del cielo, cal, verde mar, piedra de los palacios dieciochescos. Equilibrio, sobriedad, justeza. Cantes ligados, directos, justos. Un repertorio arrumbado hoy en aras de otras fórmulas, otras geografías, más fotogénicas o grandilocuentes. Arrumbado en la propia ciudad por el auge del carnaval (pese a que nuestro cantaor ha sido un gran divulgador de los tanguillos). Chano es el último representante de esa estirpe de cantaores con chispa. Luz, más luz.
Su historia es nuestra historia reciente. De este arte y de este país, marcada por la precariedad, aunque con final feliz. De ahí el poso de melancolía. De ahí la hondura del que ha vivido, gozado y padecido, que no supieron ver los que lo consideraron un mero cantaor gracioso. Desde luego que tenía gracia, y el arte de contar. Anécdotas propias y apócrifas en el mismo discurso. De Caracol el del Bulto a los Tartessos, de Ezpeleta a Ava Gadner. En una ocasión tuve la oportunidad de compartir la intimidad de un largo viaje en tren de Sevilla a Madrid con el maestro. Todos estos personajes fueron desfilando ante mis ojos por mor de su verbo prodigioso, nos fueron acompañando desde la ventanilla del vagón, sobre los palpitantes bosques y lagunas de Sierra Morena, contra la pálida sordidez del llano manchego.
Ésta es la historia: el cante atrás, la modestia. La brega diaria del cante para el baile. Los discos están ahí, para que comprobemos si es cierto, como dicen, que cantaba mejor de viejo, cuando le llegó el éxito. La fuerza, el nervio, el amplio registro vocal, el timbre lleno de las grabaciones de los 60 y 70 lo desmienten. Era un cantaor completo, eslabón fundamental de la escuela gaditana, desaprovechado para el disco (en realidad nunca grabó joven: sus primeros registros lo pillan ya con cuarenta y tantos). Y el compás, que lo acompañó siempre. Cualquier intento de análisis de su obra exige un esfuerzo heroico ante esa maraña de grabaciones colectivas descatalogadas, reediciones en compañías fantasmas y bailes de fechas. Oído al cante (1973) es el gran referente en su discografía, aunque difícil de encontrar. Menos interesante por su apresuramiento, aunque más asequible, resulta Aromo (1987). Azúcar cande (2000) fue su última entrega.
Le cantó a Rafael el Negro y a Matilde Coral, con la que compartió en los últimos tiempos una desternillante tertulia radiofónica. Allí le escuchamos hablando de la temprana muerte de su padre, que le obliga a buscarse la vida como profesional del cante para el baile. Primero fue para un bailaor llamado Moncho, en la compañía de Pepe Blanco. Y luego para todos sus contemporáneos. Con Antonio recorrió el mundo. Le cantó en los principales teatros del planeta. Vestido, maquillado: a Chano le gustaba el teatro. Se declaraba discípulo de Mairena. Se basaba en él para montar los cantes. Mairena la inteligencia y Caracol el corazón. Y Cádiz: El Mellizo, El Morcilla, Aurelio, Pericón …
Recibió el Compás del Cante, la Medalla de Plata de Andalucía y el Homenaje del Festival de La Unión, entre otras distinciones. Y ante, para, por, según, si, con y contra su cante y su vida, Cádiz. Luz. Más luz.
Fuente:Atico Izquierda

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