«El chacachá del tren»

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Créanme si les digo que mi primera reacción fue mirar a ambos lados para cerciorarme si no habría por los alrededores algún inspector de la SGAE que pudiera aguar la fiesta musical y es que, sin lugar a dudas, esa entidad (con razón o sin ella), junto con la dichosa crisis, ha entristecido la vida pública hasta tal punto que ya no se escucha buena o mala música ni siquiera en las proximidades del mar. Echo en falta aquellos días de verano en los que junto al cartel pintando con un señor sudoroso y orondo que anunciaba una entrañable marca de cerveza con sabor malagueño, sonaba “Angelitos negros” de Machín, “Soy minero” de Antonio Molina o “Mi carro” de Manolo Escobar desde tocadiscos de vinilo instalados en los merenderos y que por alguna extraña razón (¿la humedad por la proximidad al mar, tal vez?) me acobardaban ante la posibilidad de que al introducir el duro o las diez pesetas estuvieran derivados y me pudieran electrocutar. Fíjense hasta qué punto llega la cosa.
            En esta misma línea, le peluquera de mi mujer le comentó el otro día que estaba pensando en meter una orquesta en su peluquería para entretener a sus enruladas o entintadas clientas a modo de protesta ante la citada Sociedad General. Claro que probablemente no pensó bien lo que dijo, sobre todo teniendo en cuenta que gestiona algo así como 40 metros cuadrados de superficie y sólo el violonchelo con el violonchelista y la silla ocuparía el lugar de una señora bien metida en carnes. Pero valga como ejemplo de hasta qué punto la desesperación y la necesidad de este maravilloso lenguaje de la música (el lenguaje por excelencia para algunos filósofos) nos es necesario en el día a día de nuestra existencia.
P.D.: S.O.S. a quienes piensan y pueden en este país; ¿no sería posible volver a incorporar la música a nuestra vida pública sin que te acribillen a multas o amenazas los representantes de Autores? En estos tiempos que corren lo veo como una necesidad de salud pública; por eso me he decidido a publicar este artículo aparentemente frívolo.
Fdo.: Antonio Caparrós Vida