Aurora, el perfume del calor

Menos mal que en Cádiz es permanente la celebración de esta gran festividad que enaltece las inquietudes artísticas y no sólo a la musa de lo jondo, ya que por estos pagos se entiende que el flamenco es, por definición, una obra inacabada, se está rehaciendo continuamente, por eso es la máxima expresión de la libertad, de lo que se infiere que la libertad de expresión suena a música cada vez que un flamenco abre la boca.

Aclarado lo anterior, había, pues, que avivar el fuego, y para ello nada mejor que abrir la noche con el ardor, la pasión, la vehemencia y la vivacidad de Lidia Cabello, que no sólo presentó una propuesta que ha logrado madurez e imagen propia, sino que desde sus arqueadas caderas se despeñaron unas seguiriyas que fueron dejando espacios donde la creatividad, la comunicación y la expresión fueron la esencia de este palo tan gaditano.

Pero si el baile expresa libertad, búsqueda e identidad propia, la noche demandaba el fuego que representa la fortaleza del espíritu gitano, Pansequito, el reino de la sombra espesa que salió a por todas y no a resolver cuestiones filosóficos, sino a plantearlos, tal que elevar la voz en nombre de los flamencos auténticos, esto es de aquellos cuya libertad e independencia es la primera garantía de la libertad y la decencia para todos.

Pansequito, en cuyo rostro se advertía la presencia clara del optimismo, despejó a compás el ramaje denso de las alegrías, le costó recobrar el equilibrio perdido de la soleá, descubrió por taranto que el cante no es más que lenguaje ultracargado de sentido, de ligazón y de sonido, y evidenció por bulerías por qué ante un cantaor como él el duende duerme sin cerrar los ojos.

Empero, si hay una artista que sirve de identificación para la pureza o, dicho de otra manera, que es la voz para acabar con lo negativo del flamenco de este tiempo, ésa es Aurora Vargas, que simboliza el fuego que permite aventurarse en la noche invernal de los estilos, a los que confiere tanta temperatura y tan placentera que a nadie le importa quemarse.

La sevillana del barrio de la Macarena volcó todo su amor en la obtención de ese fuego, pues si desató un encanto personal, como por instinto, en las alegrías, albergó dudas en la soleá y desencadenó pasiones encontradas por tangos, para concluir con unas bulerías en las que nos arrojó todo el perfume de su calor.

Aurora Vargas se había columpiado en la fragancia de esas bulerías como si derramara sangre purificada en cada tercio, al punto que de tiempo en tiempo estallaba como un volcán, con gemidos embebidos y aderezados de quiebros danzantes que nos alcanzaron por su capacidad órfica, ondulante, sensual, logrando la locura colectiva y dando la razón a aquel viejo patriarca gitano del Puerto que, en el uso de la libertad y ante el cadáver de su adversario, manifestaba que la tierra es al muerto como el calor del fuego al cante gitano

Fuente: Diario El Mundo