La feria se despide entonando la canción triste del pulpo Paul

En pocas horas, el derroche se habrá travestido de austeridad, los bailes se habrán empeñado a cambio de un maratón de sofá y la euforia pasará a ser un dolor de cabeza feroz que ya no se quitará con otra vuelta a la feria. Inmersos en esa resaca sin marcha atrás, a los que se han bebido la feria sólo les quedará la certeza de que han pasado página. De que vivieron este sábado una novena y última jornada de fiesta –si se cuenta la noche de los fuegos– en la que, por ejemplo, los particulares se jugaron toda la juerga a una carta, según se desprendía de una nueva visita masiva al centro.

Metidos en faena, la última de feria ha tenido de ser más de lo mismo, como si esas postales de corrillos bailongos o de borrachos sentados en corro se hubiesen eternizado. Por cualquier rincón del centro, e incluso en alguna esquina de la plaza de la Constitución, se ha pisado por enésimo día a criaturas que no querían quitarse de encima la papa que llevaban en lo alto.

De hecho, el que más o el que menos no podía disimular su cansancio, algo que quedaba patente en bailes menos generosos y los claros que durante algunos momentos se alargaron en las casetas del centro, que registraron afluencias más discretas que las que se esperaban tras ver lo que había en la calle.

Eso sí, en ellas ni los camareros disimulaban la resaca, y quizás por eso que se acababa el currelo efímero terminaban relatando lo que el otro día le negaban a uno de sus jefecillos: "Es verdad, he venido varios días resacoso, sobre todo después de la tarde en la que me bebí tres botellitas de Cartojal y seis o siete pelotazos", añadía al fin sincero un barman con ojeras.

Y si la constante se trasladaba al real de Cortijo de Torres antes de que cayera la noche, se confirmaba que el nombre le viene al sitio que ni pintado, por su condición de escaparate diurno al que se asoman los caballistas luciendo su kilo de gomina, y las folclóricas presumiendo con vocación de traje de flamenca andante. Otro año más, ha bastado acercarse a ambos ambientes para corroborar que esta capital malagueña prefiere acoger al mismo tiempo dos ferias del mediodía que son como el día y la noche, aunque esto no tenga sentido del todo.

De hecho, una de ellas se parece más a las que se estilan por estos lares andaluces, y la otra, la de siempre, la de la calle pura y dura, es la que hace especial el festejo malagueño al igual que inventos como el del pulpo 2016 dan una imagen cutre.

Precisamente, el día en el que hay que despedirse –sin fuegos artificiales– la gente sigue haciéndole la ola al cefalópodo como si cantasen la canción triste del pulpo Paul o el «pobre de mí» navarro en clave autobiográfica. La peña lo ha cogido todo estos días con mal gusto como punto para quedar o hacerse fotos, por mucho que el animalito defraudara y en contra de la espectacularidad anunciada por el Ayuntamiento le rindiese un homenaje a Jimmy Jump al ser «algo pequeñito» y tener, como decía con acierto una joven de la barriada de El Cónsul, «cara de borracho». O una de dos, o al pobre pulpo se le ha puesto la cara del dueño, o hay quien quiere convertir el real en un zoológico

Fuente: Diario El Mundo