En la calle Lagunillas se encuentra la tienda más antigua de Málaga, un local que lleva 113 años vendiendo sus productos. Al pasear por esta vía el tiempo se pega a la espalda como un animal hambriento. Uno avanza desde el Jardín de los Monos y va dejando a ambas aceras cafeterías y negocios rebosantes de décadas, pero también palacetes que se van cayendo piedra a piedra, con sus patios romanos y sus escaleras de mármol en una decadencia de polvo y pedrada, repletos aún de leyendas sin embargo, de masones sospechosos de practicar misas negras, de espíritus de antiguos musulmanes que habitaron aquí mismo los antiguos arrabales. Todo es un trozo de ciudad que se desprende como un órgano herido, que se pierde en derribos naturales y solares abandonados, multiplicados como panes en manos de Cristo. Hay aquí una Málaga primigenia, distinta, como una huella genética más profunda. En paralelo, en las calles Altozano y Cruz Verde, donde tras la Reconquista la Inquisición instaló su sede y desplegó su estandarte, todo es nuevo pero parece igual de perdido, igual de viejo; no hay solares, pero sí igual número de cristales rotos. En la otra orilla se extiende la calle Victoria, más transitada, mejor conservada. Desde Lagunillas se puede acceder por la calle Esperanza, en realidad un solar que sirve de aparcamiento furtivo y que en su día fue otra calle, la Estrella, donde hubo un obrador de pastelería, hoy inexistente. Abundan las mujeres que compran en tiendas como esta pescadería en la que huele a mar sin salir de Lagunillas; en la puerta, un hombre vende higos chumbos. Se ven varios, desde aquí hasta Fuentes Olletas. Otros hombres, solos, caminan con las manos en los bolsillos, se meten en un bar y no piden nada, parecen distraerse con la mera charla.
Ellos son, quizá, la cara más visible de la parte menos amable de esta historia. Con su abismal desorden urbanístico, Lagunillas, como la Cruz Verde, es una de las zonas más castigadas por el paro en la capital y tiene la declaración de barrio marginal de la Unión Europea. Esta realidad se traduce en una situación delicada para muchas familias a las que les cuesta no llegar a fin de mes, sino tener un plato de comida. La Asociación de Vecinos mantiene un comedor en la calle Poeta Concha Méndez en el que atiende a unas 70 familias sólo del barrio (no hace mucho se ayudaba a más de 500, llegadas desde diversos barrios hasta Torremolinos), pero la crisis también ha afectado de lleno a este proyecto. El presidente de la asociación, Curro López, lo explica sin un solo pelo en la lengua: "Nuestro problema no es sólo el desempleo. Nuestro problema es el hambre que pasan muchos niños. Un hambre real. Un hambre que trae a muchos padres hasta la puerta de mi casa, desconsolados porque no pueden dar a sus hijos un trozo de pan". La mayor parte de los alimentos que se ofrecen cada día en el comedor provienen de los propios vecinos: "El Ayuntamiento y la Cruz Roja colaboran a veces, pero con lo que nos traen no podemos hacer mucho; ahora tenemos muchos problemas para mantener el centro, para pagar las facturas de la luz. El Ayuntamiento hizo la obra, pero toda la gestión depende de nosotros. La inversión que recibimos es cero. Hace poco, al menos, le pedí a Diego Maldonado [concejal responsable del Distrito Centro] que nos hiciera otra obra en el local, que levantara un muro para que los niños no tuvieran que ver cómo los padres cogían la comida, y nos la hizo. No hay nada malo en los que hijos vean a sus padres así, pero si pueden estar atendidos de otra manera, mejor".
En los solares se cuecen varios problemas. López los explica con detalle: "Estos terrenos fueron expropiados a los pobres. Quien tenía dinero pudo conservar su casa, pero no reformarla. El Ayuntamiento no ha dicho qué piensa hacer con los solares, pero hay que hacer algo pronto, porque las ratas se crían como gatos y muerden a los niños que juegan en la calle". Según la estadística municipal, en Lagunillas y Cruz Verde viven más de 4.000 personas. El 57% no tiene estudios y el 14% son analfabetas, aunque López se apresura a asegurar que todos los niños, salvo un par de casos, están escolarizados. La economía sumergida es aquí un axioma que salta a la vista, pero los niveles de delincuencia no son en absoluto alarmantes: "Aquí se puede pasear tranquilamente a cualquier hora. Vale que hay droga, pero no más que en cualquier otro barrio. Lo que sí hay es gente pobre que lo está pasando mal". Hay colores pintados en algunas paredes. Como una oportunidad a la esperanza
Pablo Bujalance / Málaga |