Y así con todo. Cuando las cosas van mal –y hay signos clarísimos de que así está sucediendo- este celo contra el derroche debería incrementarse si no queremos ir de cabeza al abismo, a la ruina. De eso entienden mucho las esforzadas gestoras de economías domésticas; esas heroínas que luchan denodadamente por llegar a fin de mes.
Ayer me dirigí hacia el centro de la ciudad y las calles, bastante desiertas por cierto a la caída de la noche, parecían en feria. Se aproxima la Navidad 2010 y nuestras autoridades quieren, una vez más, alegrarnos la vida con las artísticas iluminaciones alusiva a la cristiandad; esa religión del Libro que quiere la exclusiva sempiterna para este lado del planeta. La intención, si fuera auténtica, desde luego es digna de encomio, aunque seguiría siendo inmoral si bien hija de la ignorancia. Pero me temo que no sólo no lo es, sino que, además, parece implicar toda una declaración de mala voluntad (¿quién duda a estas alturas que tales acciones lujosas persiguen fines estratégicos de rentabilidad política?) dirigida a la línea de flotación de nuestros intereses, especialmente de nuestras economías, de nuestro dinero (la última epifanía del Señor, según Agustín García Calvo). Otra vez se nos revelan como irresponsables y perversos estos despilfarradores de la democracia representativa definidos como “tercer problema de los españoles”, según los medios de comunicación de masas. Pero, ¿otra vez a vueltas con las lucecitas dichosas cuando la escasez nos amenaza a todos?
Fdo.: Antonio Caparrós Vida