DOMI DEL POSTIGO Otra vez me he tenido que tragar en boca de un visitante que Málaga está sucia. Resulta algo pedestre hablar de ello, pero es que la limpieza de cualquier ciudad es un asunto capital para los ciudadanos responsables que la habitan, y para quienes la visitan. Y no tiene nada que ver con el habitual enfrentamiento partidista que provoque.
Muchas pequeñas cosas generan el estado de ánimo que matizará los recuerdos que tendrá el turista de la ciudad que visitó. Uno de ellos es, sin duda, lo sucia que estaba. Porque la limpieza no sólo es salubridad urbana, da confianza al visitante, sensación de orden y control, apariencia de civilización. La limpieza es un síntoma económico y también de educación. Cuando vas a una ciudad limpia sientes que todo funciona. Y viceversa. De hecho es fácil comprobar cuando se viaja a distintas regiones del globo cuáles son las que poseen ciudades más sucias y cuáles menos. Es algo que los cruceristas por el Mediterráneo, por ejemplo, detectan de inmediato. Cada día arriban en un puerto, y la diferencia entre Barcelona y Nápoles o Túnez, por ejemplo, está en la boca del turista nada más volver al barco –en el caso de Nápoles, los problemas de la camorra y su monopolio con las empresas de recogida son más sucios aún que la suciedad que provocan, pero ése es otro tema–.
En Málaga es fácil haberse perdido en las causas de por qué una ciudad que debiera ser una joya del turismo sigue sin resolver sus problemas de recogidas de basura y, no lo olvidemos, de urbanidad. Resulta ridículo, por no decir otra cosa, constatar con qué rapidez los nuevos contenedores soterrados del centro histórico, por ejemplo, se quedaron pequeños al poco de instalarse. Y asombroso el lugar en que se instalaron algunos o pretendían instalarse, a la manera de esculturas urbanas, como los que están a la entrada de calle Larios.
Cuesta olvidar la batalla que terminó con la presencia accionarial en Limasa que hoy tiene el Ayuntamiento. O asumir como normal que a veces la retirada mecánica del contenido de un contenedor, soterrado o clásico, deje el entorno más sucio que antes de vaciarlo. El batiburrillo de circunstancias, en suma, no es circunstancial, sino endémico.
Pero a todo eso hay que sumarle que gente de apariencia normal y estructurada se sienta en la puerta de Casa Mira, como me ocurrió este verano, a comerse un bombón helado y sin despeinarse tira el envoltorio al suelo. O que hay vecinos que siguen tirando la basura abierta o la dejan fuera del contenedor, aunque esté medio vacío. Hay comerciantes que tienen razones para quejarse de las multas en el Centro sin que esté aún bien resuelta la recogida de basuras. Pero otros no demuestran demasiado amor por su ciudad sacando la basura en una zona tan sensible de manera inadecuada.
Tirar basura a Málaga es tirar a Málaga a la basura. Y esto hay que resolverlo?
Fuente: La Opinión de Málaga