He estado dudando de la moralidad o inmoralidad de escribir este artículo bajo este título (Pánico por alerta radioactiva), sin contextualizarlo en un punto del planeta preciso ( Fukushima) y en las actuales circunstancias… y he decidido, finalmente, escribirlo; porque no anima mi conciencia ningún motivo placentero (como un hipotético sentimiento vanidoso de “llevar razón”) al hacerlo, sino más bien al contrario; lamento profundamente lo sucedido y, ni siquiera pretendo llevar toda la razón en esto de la defensa de las energías limpias. Pero no por ello voy a dejar de reflexionar acerca de las lecciones que parecen colegirse de hechos tan espantosos, he aquí dos de ellas: la necesidad de construir en zonas de peligro sísmico como lo hacen los japoneses y la de dar por zanjado el debate acerca de nuevas instalaciones de centrales nucleares a la vista de lo acontecido en Fukushima.
Desgraciadamente, lo sucedido ha venido a corroborar uno de los problemas más graves que plantea este tipo de energías: los inevitables accidentes. No voy a aterrorizar a mis lectores con más ejemplos, incluso domésticos. Pero ahí están. El caso es que, recientemente, escribí un artículo –rememorando un antiguo eslogan del movimiento antinuclear – titulado “¿Nucleares? No gracias” en el que argumentaba la inoportunidad de implantar este tipo de energía en estos tiempos de crisis no ya por la demostrada inepcia de la clase política (el tercer problema estadístico para los españoles) y su constante recurso a la mentira y a la razón de Estado cuando quieren ocultar lo evidente, sino (y es el argumento más contundente a mi juicio) porque la comunidad científica -al menos un sector de la misma- es reticente a su implantación por todo lo relacionado con la gestión de residuos y por el extraordinario poder contaminante fuera de control, en caso de catástrofes como la que nos ocupa, de este tipo de energía: miles de años.
Pues bien, a la vista del terrible suceso y con el actual nivel de conocimiento científico al respecto, defender las energías limpias no es cosa de ingenuos e idealistas, sino más bien una necesidad estrechamente relacionada con el instinto de conservación.
Antonio Caparrós Vida