Misterios en la Cueva del Tesoro

Los rastros de este tesoro se perdieron y fue Fray Agustín de Milla y Suazo, natural de Orán, quien en el siglo XVII recogió la leyenda en su manuscrito titulado Historia eclesiástica y secular de Málaga y su obispado, en el que señala como lugar de enterramiento del tesoro a la Cueva del Higuerón. Esta historia fue recogida más tarde en Conversaciones Malagueñas, publicada en 1789 por Cristóbal Medina Conde con todos los elementos de una leyenda, en la que no faltan el gigante ni el dragón. Según este autor, un grupo formado por 17 hombres de reconocido valor se introdujeron en la cueva para buscar el famoso tesoro, y salieron aterrados, convencidos de haber visto "la figura de un animal extraordinario y huellas como de pies desnudos, que ocupaban más sitio que el ancho y largo de dos pies de los nuestros".

Más tarde, en la primera mitad del siglo XIX, el suizo Antonio de la Nari, pasó varios años buscando el tesoro. A partir de entonces la cueva pasó a llamarse "del suizo". De la Nari utilizó pólvora para abrir nuevas galerías y fue el descubridor de una parte de la cueva que estaba taponada y oculta desde hacía siglos. El suizo murió en 1847 víctima de una de sus explosiones en la cueva.

Ya en el siglo XX, el investigador malagueño Manuel Laza Palacio (1909-1988) dedicó desde 1952, fecha en que redescubrió la gruta, 38 años de su vida al estudio de la cueva y a la búsqueda del tesoro, de cuya existencia no dudó nunca tras encontrar en los años cincuenta un "tesorillo" formado por seis dinares de oro del siglo XII y restos de cerámicas y utensilios de la época.

Leyendas aparte, la Cueva del Higuerón es en sí un tesoro natural. Es una de las tres cuevas de origen marino que se conocen en el mundo y única de este tipo en Europa. Las otras dos se hallan en Asia y América Central. Su formación, gracias a la acción del Mediterráneo, se sitúa en torno a la época jurásica y posee un gran interés científico, histórico y cultural. En ella se han encontrado restos de pintura rupestres relacionadas con las pinturas de signos rojos de la Cueva de la Pileta de Benaoján (Málaga), además de numerosos vasos de cerámica, piezas de sílex, dos cráneos completos y restos de animales.

Entre sus cavidades destacan la sala Noctiluca, denominada así por encontrarse en ella el templo dedicado a la diosa lunar mediterránea Noctiluca. A sus pies hay un altar en el que se hallaron restos de cenizas de animales sacrificados en su honor.

La sala más amplia y húmeda de toda la cueva es la de los Lagos, donde podemos encontrar formaciones características como las estalactitas excéntricas, gracias a las filtraciones de agua dulce a través de la piedra, además de tres lagos. Desde ella se accede a la sala de la Virgen, que es una de las más grandes y espaciosas de cuantas se visitan.

De aquí se pasa a la sala de Marco Craso, que toma el nombre de un tribuno romano que se ocultó en ella. Al final del recorrido se llega a la sala del Águila, en la que destaca una formación pétrea que recuerda a un águila, o a un ave de presa similar, en el acto de lanzarse en picado desde un risco.