Una huelga se hace para presionar a la patronal, pero quienes la convocan deben prever alternativas para el caso de desacuerdo, por mucho que crean tener la razón de su parte. El efecto de que se extienda a la semana próxima es que haría casi imposible su recuperación antes de acabar la primera vuelta, que es el plazo que el reglamento federativo contempla para estos casos. ¿Cuál sería entonces la alternativa? ¿La huida adelante, anulando ambas jornadas y renunciando a recuperarlas? Pero eso sería distorsionar la igualdad de oportunidades, pues no es lo mismo dejar de disputar un partido contra el Barcelona o el Madrid que contra un recién ascendido. La otra posibilidad sería aún peor: prolongar indefinidamente el paro hasta que ceda la patronal.
Pero es objetivamente difícil que ceda. De entrada no es una patronal como las demás, sino un consorcio de entidades de diferente naturaleza jurídica y en muy diversas situaciones económicas. Los futbolistas plantean que ese consorcio se haga cargo de las deudas de los clubes con los jugadores. Pero eso significa que los que han sido prudentes en los fichajes tengan que pagar los agujeros de los que no lo fueron. Eso también distorsiona en alguna medida la igualdad de condiciones de la competición.
Así y todo, la Liga puso sobre la mesa la creación de un fondo para ese fin de 10 millones al año a partir de ahora; pero el sindicato reclama que la Liga se haga cargo de toda la deuda acumulada, que alcanza los 50 millones en tan solo las dos últimas temporadas. Como en cualquier conflicto laboral, lo lógico es negociar, pero no en términos de todo o nada. Porque, además, hay otros muchos intereses afectados que nada tienen que ver con la huelga. Las televisiones, por supuesto, pero también otros medios, agencias de viajes, hoteles, etcétera, que podrían reclamar daños y perjuicios. Y aficionados, que son los que sostienen la mejor, dicen, Liga del mundo