Ver a un grupo de policías golpeando a una treintena de ciudadanos pacíficos cargados de razón y fuerza moral, no es cosa buena ni para ellos ni para quienes les pagamos para que hagan su trabajo. Y como según todos los indicios existe el principio de causalidad (un principio lógico que viene a afirmar que toda causa provoca necesariamente un efecto), las consecuencias serán inevitables, una vez convertidas en hechos, como las ondas en el agua cuando arrojamos una piedra en un punto de su superficie.
Una de ellas podría ser la de alentar y profundizar aun más, si cabe, esa actitud pacifista que tanto debe (o debería) doler en la conciencia de quienes agreden a una persona desarmada que lucha por una causa justa. Pero otra, menos deseable, podría ser la de incitar otras respuestas que, en el marco de las instituciones legales, podrían generar un panorama todavía más viciado y perverso del que venimos soportando y del que podría avecinarse. Por ejemplo, ¿se imaginan ustedes un país en donde los votantes lleven al poder a un mal querido político conservador frente a un gran sector de votantes conocedores de los enormes dolores de cabeza que podría provocar un Bildu o equivalentes (si acaso se presentaran) en instituciones representativas clave como el Parlamento en las próximas elecciones?, ¿barajará esa posibilidad quien habla de “estirones” (sic) de oreja, como el ministro portavoz don José Blanco para referirse a las llamadas de atención?
Antonio Caparrós Vida