Lo primero que el viajero advierte en otoño en la ciudad de Málaga es el respeto que aquí tienen por su historia. La ciudad está arracimada en torno al cerro de Gibralfaro, habitado desde tiempo inmemorial. Frente al Mediterráneo, acariciado por su brisa, se yergue la Alcazaba árabe. A los pies fue desenterrado hace años un teatro romano que se ha recuperado de su vejez y que hoy se abre a través de un centro de interpretación para entenderlo. Para comprender Málaga lo mejor es tomar distancia.
Eso será muy fácil desde alguno de los muchos torreones que encierra la Alcazaba. Conviene pasear primero por la frondosidad de sus jardines y dejarse seducir por el rumor de sus fuentes y la luminosidad de sus patios y salas. Luego, desde cualquiera de sus atalayas, es fácil dominar la ciudad. A los pies quedan los barrios malagueños, distintos entre sí, con personalidad propia, dispuestos como pequeñas ciudadelas.
Al otro lado del cauce del río Guadalmedina esperan los barrios marineros de la Trinidad -rancio y flamenco-, El Perchel -bullicioso y popular- o El Bulto -portuario y laborioso-. A este otro lado se dispone la ciudad antigua presidida por la catedral, que cariñosamente llaman la "manquita".
Lo mejor será bajar hasta ella y entender el por qué de su apodo: A la catedral de Málaga le falta un campanario. El templo fue mandado construir por los Reyes Católicos sobre la antigua mezquita aljama. Fue Diego de Siloé quien imprimió en ella el aliento renacentista que define sus naves y capillas. Desde la catedral cualquier camino que el viajero tome será acertado.
Una posibilidad es poner rumbo a la aristocrática y decimonónica calle Larios donde se localizan los mejores comercios y cafés de la ciudad. O bien ascender por la serpenteante calle Granada para encontrar de lleno las barriadas más añejas de la capital. Es un placer entrar en sus comercios, envueltos en un halo de tradición y familiaridad. Dejarse seducir tomando un aperitivo en sus tabernas y peñas flamencas, donde se escuchan a los más prometedores cantaores de tan hondo arte.
Disfrutar, en fin, participando del paisanaje de sus librerías, de sus tiendas de ultramarinos, de sus pastelerías. Al final de la calle Granada espera una recompensa. Se trata de la plaza de la Merced, presidida por un obelisco que homenajea a Torrijos. En esta ágora cuadrada toma asiento la Fundación Picasso, el viejo y romántico cine Victoria, el café de Bruselas y la librería Rayuela, instituciones de primer orden en la ciudad.
Ya que los pasos nos han traído hasta aquí por qué no entrar a la caída de la tarde en la iglesia de Santiago. Aguardan las imágenes de El Rico y la Virgen de la Sierra. El Rico es una de las tallas más veneradas en Málaga. Ligado a la tradición carcelaria, El Rico procesiona en un inmenso trono el Miércoles Santo. Ese día, siguiendo una antiquísima tradición, liberan a un preso.
Seguro que en el interior del templo el viajero encontrará algún "capillita" que disfrutará contando la historia de su cofradía o hermandad y las muchas leyendas que acompañan a estas imágenes religiosas. Una cosa más: En la iglesia de Santiago, por cierto, fue bautizado Pablo Ruiz Picasso cuyo museo, ubicado en el Palacio de Buenavista queda al lado.
Luego está el puerto, con su continuo ajetreo y, pasada la plaza de toros de la Malagueta, la populosa playa del Palo, donde cada mediodía abren chiringuitos que tienen una forma muy original de vender sus excelencias culinarias. Los camareros vociferan su contenido, pescado fresco mayormente.
Los amantes de la pintura de Picasso poseen dos lugares en las inmediaciones de la calle Granada que guardan la memoria de su infancia aquí. La farmacia de don Antonio Mamely, conocida en la actualidad como farmacia Bustamante, está situada en la calle Granada, número setenta y cinco, a pocos metros de la iglesia de Santiago. En su trastienda acostumbraba José Ruiz Blasco a acudir cada tarde a la tertulia que organizaba el farmacéutico y su habitual grupo de amigos. La farmacia, abierta en 1747 y considerada la más antigua de la capital, posee en su interior recuerdos que emparentan el local con los últimos años del siglo XIX.
En este lugar le sorprendió a José Ruiz Blasco el terremoto del 25 de diciembre de 1884, día de Navidad. De aquí salió a toda prisa a la búsqueda de su familia. Cruzó la plaza de la Merced y subió las escaleras de la casa donde aguardaba su mujer y sus hijos. Pablo tenía por entonces tres años, pero muchos años después, ya de adulto, aún recordaba con espanto aquel día en que su madre lo cubrió con una manta y corriendo se dirigió en compañía del resto de la familia a la cercana calle Victoria donde estaba la casa de unos tíos, aparentemente más segura.
El Ateneo de Málaga está situado en la plaza de la Constitución, entre la iglesia del Santo Cristo de la Salud y la Sociedad Económica de Amigos del País. A finales del siglo XIX era escuela de Bellas Artes donde José Ruiz Blasco, padre del artista, ejercía de profesor de Dibujo Lineal y Adorno. En sus aulas, Pablo Ruiz Picasso comenzó a familiarizarse con la disciplina de la enseñaza pictórica y entró en contacto con los modelos clásicos en yeso, que años después en La Coruña y Barcelona, formarían parte de sus asignaturas obligatorias.
Al lado de José Ruiz Blasco impartían clase otros destacados pintores que tutelaron al joven Pablo. Eran los tiempos en que Málaga vivía uno de los momentos más estimulantes en el arte de la pintura. Aquella generación de oro la formaban artistas como Bernardo Ferrándiz, Muñoz Degrain, Moreno Carbonero o Martínez de la Vega. A todos ellos Picasso les profesó un hondo respeto, pese a que sus alientos artísticos fueran radicalmente distintos. En la actualidad, el Ateneo de Málaga organiza exposiciones de pintura en sus instalaciones
Diario El Mundo