A nosotros casi nos gusta más, ya puestos a buscar lugares, el “de Madrid”. Vive aquí, se le ve integrado en la noche (y el día) flamencos de la capital y sus actuaciones en la Villa y Corte suelen ser de lo más recordado desde sus inicios.
Y se le quiere, porque poner la sala Galileo un lunes de invierno como la puso este hombre el día 30 no es fácil. Entre que “Cancanilla” gusta y que los flamencos de Madrid andamos a verlas venir, se agradece como agua de mayo cualquier iniciativa jonda que nos haga calentar las manos. A base de compás.
Con su familia (flamenca y carnal) en las palmas, “Cancanilla” se rebosó en las guitarras de sus siempre fieles Antonio Moya, soberano y estupendo acompañante, oficial en muchos festivales; y Juan Antonio Muñoz, tocaor y estudioso de la estética añeja y mairenista del cante y toque, que también la hubo.
Martinete de interesante factura a compás del bastón de Antonio Moya, pieza que abrió un coloquio flamenco donde Sebastián mandó y llevó el ritmo. Dictó sentencias.
A pesar de que, ocasionalmente, fuesen jaleadas las falsetas de Melchor, Ricardo y Montoya que interpretó Muñoz, la habilidad y don de público de “Cancanilla” siempre quedaron patentes.
Tangos con ecos y metales de los Cruz, soleares y siguiriyas a medio templar. Y pausa.
Sin ser un concierto liviano, se hizo llevadero y no agotó. Cuatro y cuatro cantes. Con soltura y afán de honestidad. De artista de toda la vida. Que acepta el trueque de su arte y sinceridad por la compañía y el apoyo de su gente. Sin más. Quizá sea lo que depare el futuro, y no sólo para Santiago, también para muchos de los que están aún más arriba. Habrá que hacerse a la idea.
Segunda parte bastante mejor, con la soleá por bulerías muy suelta en brazos de Antonio Moya y por Malagueña de Chacón y valiente del Mellizo en las que Sebastián hizo honor a su origen, el nuevo.
La fiesta estaba servida por bulerías, cuarto de hora sin micro, donde de nuevo se impuso en el baile, (¿pero han visto cómo baila Sebastián?), incluso a las damas de la noche. La versión “showman” de “Cancanilla”, también conocida y de mucho peso en su fama, se aposentó como un huracán. Sin piedad ni siquiera con su gente.
Siempre mandó el alma en todo lo que hizo, “aunque también hay que escuchar a la cabeza, que si no el corazón se estropea”. Con lecciones así y alguna letra reclamando el Peñón, acabó la fiesta, con retranca. La del “Canca”.