Al albur de la anochecida templada,
sobre el reflejo tenue de la luna mora,
entre hojas de palmeras muy quietos,
besos y dedos que se funden, miradas
y susurros ardientes, como pasamanos
hacia la mar que bucea en la noche,
que serpentea y olea su mansedumbre,
al pie de la arena, en la memoria
de los sueños encendidos,
en la certeza del esfuerzo que será,
pescador sin cielo, jalando promesas
de fortuna,
de plata,
de vida.
Piénsame como cualquier reflejo mediterráneo, el salto de un pez, el salir de un remo, el hundirse lento de una red. . .
A la alborada recién venida,
hoy como ayer desde el tiempo
de los tiempos, en los sueños
de los hombres, en los brazos
de los pescadores, descalzos y rotos
de afanes y esfuerzos madrugadores,
bordeando la mar,
rompiendo la mar,
cercada la mar mientras el copo
avanza y se cierne, y navega
la jábega su ímpetu
cercano y prieto, y recala
la proa sobre la arena hendida,
y retoma y jala el hombre,
el pescador sin cielo,
el pescador en el misterio del agua,
el pescador sobre la tierra,
al hombro todo el peso del futuro,
al paso hundido sobre las piedras de mar
y luz, a la alborada, jalando la fortuna
de espejos y escamas,
mientras avanza el día
y canta el aire
su brío,
abriendo la caja de los peces,
cuajándose el cielo
de luceros verdes.