Se marchan. Ya no cargan con maletas de cartón, sino que arrastran prácticas trolleys, cuyas ruedas, sin embargo, no ayudan a aligerar el peso de la nostalgia anticipada por lo que dejan atrás. Emigran como emigraron sus mayores. Y dicen adiós. No en una lóbrega estación de ferrocarril, sino junto al control de seguridad de un moderno y funcional aeropuerto, ese cuya construcción costó cientos de millones de euros. Y después toman el vuelo low cost con destino esperanza y escala en incertidumbre. No. Sus lágrimas no mojarán el papel de una larga carta que hable de los primeros días en esa ciudad que es como en las películas, pero en la que llueve demasiado y se come más temprano. Bastará un Whatsapp que diga algo así como… “He llegado bien. Mañana salgo a buscar trabajo”. Jóvenes, sobradamente preparados y emigrantes.
Las estadísticas muestran la sangría demográfica que Andalucía viene sufriendo desde el comienzo de la crisis. Según el censo electoral de españoles residentes en el extranjero del INE, 192.000 andaluces viven fuera del país a 1 de julio de 2013. Para entender la magnitud del éxodo hay que remontarse a unos años atrás. En diciembre de 2007, inmediatamente antes del crack, eran 142.000. Son, por tanto, 50.000 nuevos emigrantes. La mayoría, jóvenes. El número total de españoles censados en el exterior es actualmente de 1.610.000, 415.000 más que en 2007.
“Más que hablar de emigración, que tiene que ver con la demanda masiva en sectores productivos de otros países, que en realidad no existe, esto es una huida a la desesperada”, dice Emma Martín, catedrática de Geografía e Historia por la Universidad de Sevilla y especialista en migraciones. “Se ha hecho un gran esfuerzo para que estos jóvenes saltaran una brecha educacional bestial. Han podido acceder a la universidad, a diferencia de sus padres y abuelos. Y ahora, la mayoría se va porque tienen la sensación de que aquí no hay salida”.
EXILIO ECONÓMICO
“Esto es un exilio económico en toda regla, y por falta de expectativas en España”, afirma Natalia, una gaditana que cumple ahora nueve meses en Londres. Su paisano Pablo cuenta desde esa misma ciudad que le va bien: “No puedo ni mucho menos quejarme. Tengo un trabajo que me encanta y está bien pagado. Puedo permitirme ciertos lujos”. Adrián, sevillano, se labra su futuro en Los Ángeles: “Venía aquí para dos años y todos mis amigos y excompañeros de trabajo me dicen que ni se me ocurra volver”.
Los tres forman parte de ese goteo constante de andaluces que desde el inicio de la depresión cogen sus maletas y se marchan. Tomando como referencia el censo electoral de españoles en el extranjero, en 2009 fueron 7.000. En 2010 como en 2011, 11.000. En 2012, 9.000. Y solo en lo que va de año, 5.000.
“Se hizo un enorme esfuerzo por la educación y la sanidad. Pero no se hizo la correspondiente inversión pública y privada en el I+D+I”, se lamenta Emma Martín, quien ve en ello la raíz del éxodo. Y añade: ”Se apostó solamente por el ladrillo y no por un modelo productivo basado en el conocimiento. Por eso estamos donde estamos. Y además el Gobierno español y el andaluz no hacen nada por cambiarlo y apuestan únicamente por el turismo y los servicios”.
Hoy, en Andalucía, en España en general, estudiar y trabajar duro no son garantía de nada para nadie, y mucho menos para los jóvenes. La tasa de paro en esta comunidad según la última Encuesta de Población Activa roza el 36%. Para los menores de 25 años asciende al 66%.
Las historias de Natalia, Pablo y Adrián no tienen nada que ver con la fuga de cerebros. No se fueron para seguir con investigaciones que aquí los recortes hacen inviables. En Andalucía hay historias de esas, claro. Como la de Leticia Díaz, que estuvo un año investigando en biogenética sin cobrar un euro en la Universidad de Jaén y que acaba de ser contratada por Harvard. Natalia, Pablo y Adrián, simplemente, aspiraban a tener un buen empleo, un trabajo lo suficientemente estable y bien pagado como para hacer una vida normal. Y se les negó. Los tres hablan para Andalucesdiario.es de sus periplos y contestan a la gran pregunta: Y tú, ¿por qué te fuiste?
EL CHICO QUE QUIERE CONQUISTAR HOLLYWOOD
Adrián Morales (31 años), es Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Sevilla. Se marchó a estudiar hace dos años y medio a Nueva York con una beca Talentia de la Junta. Esa beca le obliga a trabajar en Andalucía durante cuatro años o a devolver el dinero. “Cada vez se hace más tangible pedir un préstamo y devolver la cuantía de la beca, como hacen los yanquis, que a los veintitantos están con un préstamo enorme para pagarse los estudios universitarios”, cuenta Adrián.
Tras un año viviendo en Manhattan en una habitación de seis metros cuadrados por la que pagaba un alquiler mensual de 1.100 dólares, se instaló en North Hollywood, en Los Ángeles, a un paso de los estudios de la Warner. Trabaja como montador freelance en producciones audiovisuales. “Aquí se gana bastante más. Como hay que empezar por lo bajo, por aquí se cobra entre 200 y 300 dólares por día de trabajo. Eso, en producciones de bajo presupuesto. Si te colocas en una producción mediana o grande, la suma se dobla o triplica”.
Adrián conoció buenos tiempos en Sevilla. Durante cuatro años tuvo trabajo más o menos fijo en la industria de la televisión. Luego llegó la crisis y el crack del sector a golpe de recortes en Canal Sur y en las productoras satélites. Fue eso lo que le empujó a probar fortuna en la meca del cine, donde incluso se ha visto obligado a rechazar alguna propuesta. “Tengo proyectos de coproducción con base en Andalucía, pero mis amigos me dicen que de momento ni se me ocurra volver”.
LA VIDA LONDINENSE DE UNA TREINTAÑERA DE VEJER
“Me fui por la bochornosa situación que se vive en España, consecuencia de unas políticas que arrebatan el futuro a toda una generación. Nos están echando. Conozco a muchas personas con estudios que vienen aquí a trabajar friendo pollos o de limpiadora”, dice Natalia Márquez, de 30 años.
Natural de Vejer de la Frontera (Cádiz), esta especialista en “buscarse las papas” dejó los estudios tras terminar la secundaria para trabajar en un supermercado. Luego hizo cursos de hostelería y tuvo contratos temporales en restaurantes y hoteles de su tierra. Harta de la inestabilidad, marchó a Londres hace ahora nueve meses sin gran dominio del idioma. “Empecé trabajando a la semana de llegar en un hotel del centro. Estuve allí mis primeros 6 meses cobrando 6,19 libras (7,20 euros) la hora, haciendo malabares para poder llegar a fin de mes. Ahora trabajo en un restaurante español”.
Según Natalia, la realidad del joven emigrante tiene poco que ver con el panorama idílico que presentan ciertos programas de televisión. “Pienso que son un invento político para engañarnos y marear la perdiz, porque no sale la gente contando sus malas experiencias, lo mal que lo han pasado hasta llegar al éxito. No es oro todo lo que reluce”.
Para sobrevivir en Londres, asegura, hay que ganar al menos entre 1.000 y 1.500 libras (1.200-1.700 euros) mensuales. “Los trabajos están mal pagados, llegas justo a fin de mes, sobre todo desde enero hasta abril, fechas en las que se trabajan menos horas”.
Natalia piensa volver, pero no sabe cuándo. “Si vuelvo a mi zona, solo trabajaría en verano y sería volver atrás. Si regreso, sería con un proyecto a largo plazo”.
EL INFORMÁTICO QUE EN LONDRES SE PERMITE CIERTOS LUJOS
Pablo Recio, 26 años, lleva año y medio en Londres. Es gaditano y uno de los 60.000 españoles censados en Reino Unido. Estudió Técnica en Informática de Sistemas en la Universidad de Cádiz y su historia es la que más se parece a la del prototipo televisivo de joven al que le va bien en el extranjero. Reconoce ser un privilegiado. En apenas unos días se casa con su pareja, con la que comparte piso en Londres desde hace algún tiempo. “Trabajo de lo mío, desarrollador de software. Consiste en programar aplicaciones web para que otras personas puedan usarlas día a día. El salario es muy superior al que obtendría en España en un puesto similar, aproximadamente el doble”.
Pablo gana unos 3.400 euros mensuales, por lo que incluso en una ciudad tan cara como Londres puede permitirse ciertos lujos. “Antes tenías que mirar casi al céntimo, y si querías algo más tenías que ahorrar durante algunos meses. Ahora mismo, si me quiero comprar un portátil nuevo, casi que puedo hacerlo sin muchos problemas”.
No demasiado lejos queda aquel intento de crear en España una empresa de aplicaciones para móviles. “Nos encontramos con falta de tejido empresarial en la zona para vender nuestros servicios, falta de apoyo real de las organizaciones públicas… No es por echar balones fuera, porque nosotros mismos nos equivocamos en muchas cosas”.
Tiene claro lo que más lamenta de la situación en España. “Me parece vergonzosa la cantidad de dinero público invertido en nuestra educación para que luego tengamos que irnos a crear riqueza a otros países. Yo pagaba en la universidad 800 euros de matrícula por año y siempre se ha dicho que pagas alrededor de un 10%. Tardé cuatro años en terminar. Estamos hablando de 32.000 euros sólo la universidad… Añade colegio e instituto, que son 12 años. No me extrañaría que estuviera alrededor de los 100.000 euros en una persona”.