L A M U J E R P E R F E C T A

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Con su belleza deslumbrante, enmarcada en unas proporciones ortodoxas, sublime e inaccesible, de cartón piedra y embadurnada de afeites que la ensalcen al grado estratosférico de la belleza plena, mundial, interplanetaria e intergaláctica, insulsa e inane, resplandeciente y envidiada, flor de una éxtasis que contagie y deje con las ganas de la nada más glamurosa la nada en cueros.

La mujer perfecta, al menos por un año, idolatría por la hermosura inmarcesible, al menos hasta que sea entronizada un nuev pluscuamperfecto bellezón, fémino por supuesto, hembra desde luego, proclamada y ensalzada hasta la portada del deseo infinito de sentirse perfecta y reina por un año, embaldosada de facciones inaccesibles, geométricas y magníficas según el canon que todo lo promueve, certifica y pontifica.

La mujer perfecta que no representa a la mujer, por cierto, a los pies de los deseos y sueños de millones de ellas, esclavizadas por los parámetros bendecidos, por las proporciones cuadriculadas que saben lo que cuesta alcanzarlas.

La mujer perfecta, huera y fascinante, objeto y florero, secundaria y dama de lamé, lumia incandescente de deseo y pasión hirviendo, sujeta a la fusta de su amo y señor, por votación delegada a los señores de la moda y el patrón inmaculado, promovido y pluscuamperfecto, al servicio del consumismo más inclemente.

La mujer perfecta reinando sobre los ases de corazones, que suenan y apestan a hueco y a sometimiento gustoso, inducido, de guiños y ademanes, poses y ramalazos del género bobo, del género femenino, grácil y sometido, frente a sus pírricas victorias que nada proclaman si no es la vacuidad a precio de bisturí y sacrificio innobles, por seguir estando a la altura de los hombres machos, generosas y genuflexas ante el poder de la belleza cueste lo que cueste, la belleza impostada e intocable, la belleza del rímel caro y la picardía barata, el unte y el postizo, la mentira y la fachada que oculta la nada más absoluta. . .al servicio de los maestros de ceremonias que dicen y dictan cuándo y cómo han de subirse al alambre las piezas a cobrar, estilosas y pluscuamperfectas, las mujeres perfectas en sus esmerados triunfos de la belleza enlatada. . .

Mientras la escritora Doris Lessing muere a sus 94 años, sin meter casi ruido, inabarcable como una mujer, sencilla como la magia de un milagro, tan viva como su mirada sabia y gastada de ver y no entender que todo es demasiado difícil de entender, demasiado caro de abrazar, tras el cristal de su piso alto, en el silencio de su universal sensibilidad. . .apagándose en la desmemoria que ya ha comenzado a crecer.

  Torre del Mar 17 – noviembre – 2.013