Tú ya no mandas en mí / Me peine como me peine / no me peino para ti

ella siempre supo hacer espacio, entre las sillas y los libros, a los jóvenes que se atrevían a leer sus primeros poemas, ansiosos por que algunos de sus admirados escritores allí presentes les dedicaran alguna impresión o crítica sutil, esas que tanto se les exige a quienes apenas se le distingue ya una mueca soez de las inevitables arrugas de la comisura de los labios. Después llegaba la tertulia, los cigarrillos y el café, que ella ofrecía, siempre con ese desparpajo que se antojaba de otro tiempo, cuando los amigos todavía estaban cerca y la represión parecía un mal sueño. Entonces hablaban de comunismo, de poesía social, de las vanguardias francesas. Y ella atendía, intervenía y proponía, siempre con ese trazo casi lírico en los ojos, que como en sus poemas, parecía invadirse por un tiempo pausado, de luz y de arroyo, de pueblo y de verbena. Por aquellos años, estaba definitivamente afincada en Madrid, después de un doloroso peregrinar desde que dejara su querida Córdoba siendo apenas una niña.

Concha Lagos es el paradigma de una generación que quiso enfrentarse a las imposiciones que asfixiaban a muchas de las mujeres de su época y dedicarse a la actividad artística, pero que han sido relegadas al polvo del olvido y el silencio. Es esa otra memoria histórica, o literaria, que pasa desapercibida entre generaciones y donde es dolorosamente palpable observar cómo muchos de los valores que creíamos superados se estiran como dogmas cuando de mujer y poesía se trata.

Y entonces Concha estaba allí, en aquel diminuto ático que un día quiso convertir en el centro de las tertulias literarias de la capital, el mismo diminuto ático en el que conversaron por primera vez Ángel González, Caballero Bonald o José Hierro, entonces jóvenes poetas, con los autores del 27 que vivían, con más pena que gloria, en el Madrid de los años más oscuros del franquismo. Los viernes del Ágora, quiso llamar a esa tertulia, siempre abierta a todos, que cada semana reunía a importantes intelectuales de la capital y que desde principios de los cincuenta se convertió rápidamente en el centro de las tertulias literarias.

Concha, en su pequeño despacho, comenzó a trazar una revista por la que pasarían su pluma muchos de los miembros de la generación del 27, autores teatrales, personalidades del mundo del cine y mujeres, muchas mujeres

 

“Era como un salón al estilo de los salones literarios de los siglos XVIII y XIX en Inglaterra y Francia, siempre sostenidos por damas”, cuenta Juana Castro, poetisa cordobesa y amiga de Concha. “A través de aquellas tertulias, ayudó a los poetas cordobeses y andaluces que habían desembarcado en Madrid. Su casa siempre estuvo abierta para ellos”, explica. Pero Concha no quiso conformarse con esquivar los escasos atisbos de artificiosa libertad que el régimen dejaba a los que aprovechaban su ingenio y valentía para desafiarlo, y en 1956 lanzó la revista literaria Ágora, una de las publicaciones más sobresalientes de la década.

Portada de Ágora, dedicada a Miguel Hernández.

Portada de Ágora, dedicada a Miguel Hernández.

Fue entonces cuando Concha dejó clara su condición de poeta valiente, de luchadora innata. Concha, en su pequeño despacho, comenzó a trazar una revista por la que pasarían su pluma muchos de los miembros de la generación del 27, autores teatrales, personalidades del mundo del cine y mujeres, muchas mujeres, como sus compañeras de lucha Gloria Fuertes, Carmen Conde o Ana María Fagundo. Y así Concha insistió en su empeño por publicar esa poesía en la que siempre confesó creer, la “que se guiaba por el valor esteticista, y no por las modas” y que tantas batallas tuvo que librar por defenderla al tiempo que el régimen imponía la literatura que como un eco impertinente, respondía y alababa cada gesto o paso del movimiento.

UNA MUJER LIBRE

Pero ella pronto aprendió que todo muro, a pesar de lo férreo de sus materiales, siempre regala alguna grieta por la que asomarse, y que era más sencillo publicar los poemas más “difíciles” en verano, cuando los censores habituales huían a la costa y dejaban el arduo trabajo a funcionarios más ingenuos en las tareas inquisitoriales. Incluso llegó a publicar un número dedicado íntegramente a Miguel Hernández, censurado en la época. No sin cambiar “Guerra Civil” por “Glorioso Movimiento” tras la inspección habitual de los funcionarios. Un logro, casi anecdótico, después de años de dura batalla con los fastidiosos interventores. Siempre fue ella la que defendió sus publicaciones, la que asumió las consecuencias y también la que decidió cerrar la ya afamada Ágora después de que le propusieran “ayuda oficial” cuando hizo público que la revista se había quedado sin fondos para seguir publicando. “Ágora es como los árboles, que mueren de pie”, se atrevió a contestar.

“Lo más grande en ella, como ser humano y como mujer, es que supo ser libre y actuar desde la libertad”, afirma Juana Castro, que insiste en subrayar la importancia de aquellas tertulias en las que probablemente Concha repetiría esa frase que años después una de sus amigas recuperaría en un homenaje a la autora, justo después de su fallecimiento: “En la literatura somos muchos, pero hay lugar para todos”.

Incluso llegó a publicar un número dedicado íntegramente a Miguel Hernández, censurado en la época. No sin cambiar “Guerra Civil” por “Glorioso Movimiento”

 

Sin embargo, el tiempo y sus injustos compases, parece no acabar de estar de acuerdo con la premisa de la autora. Y es que a pesar de su extensa obra poética, su labor editorial y su valiente actividad cultural, Concha Lagos no aparece en los libros de literatura de los institutos, ni en los manuales académicos, tampoco en las principales antologías de la época. Apenas hay documentos, estudios, investigaciones de su obra. Es ahora, después de que numerosos poetas reivindicaran el valor de su legado poético y humano, cuando la andaluza comienza a aproximarse a ese lugar del que injustamente la habían arrebatado, aunque quede mucho trabajo para que el recuerdo y su memoria iguale a su intensa actividad y a su ingenio.

Pero, ¿a qué se debe que escritoras como Concha Lagos, tan importantes para una generación, pasen desapercibida en nuestra historia de la literatura más reciente? ¿Qué ha impedido que grandes voces de la poesía española hayan sido eclipsadas y no hayan trascendido como sí lo han hecho muchos de sus compañeros de generación?

LAS MUJERES Y EL CANON LITERARIO

“Es curioso acudir a los manuales de literatura de los colegios y ver que en las generaciones del 27, del 36 o del 50 apenas aparecen mujeres. Para ellas siempre ha sido prácticamente imposible entrar en el canon literario; y las que entran son pocas, y de forma tardía. Esto no es casualidad”, explica la escritora argentina Noni Benegas, coautora de Ellas tienen la palabra: dós décadas de poesía española (Hiperión), una antología que recoge a las principales poetisas de la generación de los ochenta y los noventa. “Esto se debe a que los hombres tienen detras una tradición que los legitima y que no tienen las poetas. Es lo que Bordieu llama el “capital simbólico”, un capital acumulado durante siglos y autores, que les facilitan la entrada al canon literario. Y han sido los propios hombres los que han impedido visualizar las obras de muchas mujeres durante años. Por eso no han podido aparecer en las principales antologías, que acaban siendo el cuerpo literario que conforma el canon de un determinado momento histórico”, afirma la escritora.

“Durante muchos años, las mujeres que se han aproximado al canon o han sido reconocidas, han sido aquellas que han construido su poesía utilizando elementos y tópicos impuestos por el patriarcado”

 

“Las razones de su exclusión en las antologías son dos. En primer lugar, que son muchas las mujeres escritoras, mientras que los beneficios a repartir son escasos. Y en segundo lugar, que la novedad de asuntos y estilos que traen las mujeres a la poesía obligaría a revisar los juicios de valor de todo el campo literario, pues su ingreso desestabiliza y cuestiona las vías de consagración de los que dominan el campo: los hombres. Porque no hay que olvidar que la mujer, como el mar o la guerra, siempre ha sido un tópico en la poesía, un tópico construido por hombres“. “Durante muchos años, las mujeres que se han aproximado al canon o han sido reconocidas, han sido aquellas que han construido su poesía utilizando elementos y tópicos impuestos por el patriarcado”, explica Concha García, poeta cordobesa afincada en Barcelona, autora de Asomos de luz (Amargord Ediciones), una obra que reúne diversos textos sobre poesía escrita por mujeres y que disecciona los modelos literarios femeninos.

“Esa poesía se pone en el cuerpo de la mujer, pero siempre vista por otro, casi siempre un hombre. Su feminidad no es de ella, sino que es una representación de lo que los demás le han impuesto. De alguna forma es como un travestismo, que asume y se atribuye todas las cualidades que la cultura dominante le ha impuesto”, afirma. “Y aquellas que huían de esos estereotipos, siempre fueron rechazadas”, matiza Benegas. “El caso más representativo es el de Gertrudis Gómez de Avellaneda, una gran escritora, clave en su época, a la que se le negó la entrada en la Real Academia por el simple hecho de ser mujer”.

UN ANTES Y UN DESPUÉS EN LA LITERATURA ESPAÑOLA

“Sin embargo, en la literatura española de las últimas décadas, ha habido una verdadera revolución con la aparición de una serie de poetas que han ofrecido un nuevo semillero de temas, imágenes y formas totalmente innovadoras que han marchado un antes y un después en nuestra poesía”, afirma Benegas. “Primero entre los cincuenta y los setenta y después a partir de los ochenta, cuando se recuperan las libertades democráticas, entre las que destacan numerosas andaluzas, como la malagueña María Victoria Atencia, las cordobesa Juana Castro y Ángeles Mora o la gaditana Ana Rossetti”.

“Estas poetas han construido su sujeto poético a través de la subervisión y la desobediencia, dando la vuelta a ese sujeto impuesto durante tantos años”, matiza Concha García. “A partir de este momento, las poetas han expresado sus experiencias y aspiraciones sin la represión de antaño, y han elaborado una poética en la que lo biográfico empieza a tener una importancia capital”, explica Benegas. “Su poesía está llena de fusiones. Ellas consiguen mezclar dos registros, el propio y el de la tradición, mezclándolo con referentes personales y actuales y obigándolo a decir cosas que jamás hubieran dicho antes. Además hay un enorme desborde erótico y de irreverencia e ironía con los valores caducos; se reivindica el deseo, sin la renuncia de antaño. La soledad que antes hacía que la poesía de mujeres fuera tan llorosa y victimista cambia de signo. Ahora la soledad es algo a lo que se aspira, es algo necesario. La mujer elige y ella misma puede abandonar en lugar de ser abandonada”, explica Benegas.

“Ahora hay un enorme desborde erótico y de irreverencia e ironía con los valores caducos; se reivindica el deseo, sin la renuncia de antaño”

 

“No obstante, sigue existiendo un techo de cristal para las mujeres en la literatura”, aclara la escritora argentina.”La aparición de nuevas voces y las numerosísimas publicaciones de mujeres en las últimas décadas no ha impedido que siga habiendo un techo de cristal. Se puede comprobar con los ganadores de los principales certámenes literarios de poesía. El Premio Nacional de literatura, por ejemplo, lo ganó una mujer en todo el siglo XX; Carmen Conde. En 2003 lo ganó Julia Uceda, y desde entonces ha recaído sólo en tres mujeres más”.

“Aunque todavía queden muchas poetas por ser reconocidas con justicia, y muchas escritoras por ser rescatadas, en las últimas décadas se ha ido recuperando ese espacio en la poesía que nos habían arrebatado. Y para ello lo primero era nombrarlo, y eso fue lo que hicimos”, asegura Concha García. “Las mujeres que quieran escribir hoy, son conscientes de su libertad porque otras, y luego nosotras, la ejercimos antes”, afirma Juana Castro. “Ahí está nuestro capital simbólico, la herencia que han recibido las jóvenes que comienzan hoy a escribir. Y ese capital simbólico es inmenso y no tiene límites. Lo vemos cada día cuando descubrimos voces nuevas de altísima calidad”, aclara la cordobesa.

“Además, la mayoría de las veces, solo hay que ir hacia atrás para encontrar la presencia de lo femenino en la literatura”, entonces Juana cita de memoria a María Zambrano: “La poesía deshace también la historia; la desvive recorriéndola hacia atrás, hacia el ensueño primitivo de donde fuimos arrojados”. Porque quizá sea ahí, en el lugar más primitivo o desde un pequeño ático, donde basta con mover los libros pare encontrar esas otras voces olvidadas durante años; ese espacio que han sabido recuperar y nombrar, donde ellas, las de entonces, siguen siendo las mismas, pero es ahora la historia la que las observa atentas, tal vez expectante, a que sean ellas mismas las que decidan su propia historia. Porque como escribió a modo de soleá Concha Lagos hace ya algunas décadas: “Tú ya no mandas en mí. / Me peine como me peine, / no me peino para ti”.