Manuel Ortega Juárez “Manolo Caracol” (Sevilla, 9 de julio de 1909 – Madrid, 24 de febrero de 1973) fue uno de los grandes del cante flamenco de todos los tiempos. Antonio Cruz García “Antonio Mairena” (Mairena del Alcor, 7 de septiembre de 1909 – Sevilla, 5 de septiembre de 1983) también. El legado de ambos pervive aún entre muchos de sus seguidores de las generaciones siguientes. Los dos nacieron en Sevilla, el primero en la capital y el segundo en la provincia, pero Caracol se adelantó diez años a Mairena en su adiós definitivo. Sus vidas, que nunca fueron paralelas, se encontraron en lugares comunes del arte jondo; aunque el concepto del cante de uno y otro fuera distinto, y en la estética que emplearon para su expresión siempre fueran la noche y el día. Caracol era un artista grande y Mairena un gran intérprete. Uno fue la emoción y el otro el enciclopedismo. Los dos compartieron al guitarrista que mejor los entendió, Melchor de Marchena; aunque éste sintiera una admiración profunda y callada por Caracol, pero también un respeto inmenso por Mairena.
AÑORANZA Y ELOGIO DE MAIRENA Y CARACOL. OPINIÓN
Caracol triunfó en 1922 en el célebre Concurso de Cante Jondo, utópicamente organizado en Granada por Manuel de Falla, Federico García Lorca y otros intelectuales amigos. Mairena quiso presentarse, pero su padre no lo consintió por razones que desconocemos. Caracol empezó a ser famoso a partir de entonces, cuando apenas si tenía trece años, y alcanzó la consolidación en la cumbre artística cuando en los años cuarenta formó con Lola Flores la pareja más popular del flamenco. Hasta su muerte en Madrid, su triunfo le hizo entrar en la leyenda y ahí sigue. Mairena no alcanzó la fama hasta después de ganar la III Llave de Oro del Cante en el III Concurso Nacional de Cante Flamenco (Córdoba, 1962), organizado por el Ayuntamiento y diseñado para él por su amigo y mentor Ricardo Molina, profesor, poeta del grupo “Cántico” y flamencólogo tardío. Es decir, cuando Mairena había cumplido cincuenta y dos años.
Caracol dejó una discografía amplia y desordenada. Mairena, un testamento perfectamente pensado donde se recogían los cantes según su intuición y su conocimiento que era mucho. Caracol nunca pensó en llaves, aunque siempre tuviera la que cierra y la que abre la puerta del cante. Mairena ganó la suya para darle un brillo que nunca tuvo antes de él ni después de su muerte.
Mairena fue el cantaor de la “razón incorpórea”: existencial, pegado a la intelectualidad, metódico, preocupado por la trascendencia de su cante. Caracol fue un artista siempre sorprendente, que nunca se preocupó de la historia: vivió con arrebato la intensidad del día y de la noche.
En lugar de limitarse al cante clásico, Caracol, encontró una salida artística en sus famosos espectáculos en los que introdujo sus desgarradoras y dramáticas zambras; y su figura se popularizó todavía más gracias a varias películas realizadas con Lola Flores, que los convirtieron en la pareja de moda en los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo.
El Niño de Caracol –luego Manolo Caracol- no se preocupó nunca de crear el caracolismo, pero lo cierto es que El Niño de Mairena –luego Antonio Mairena- creó una escuela, que él mismo denominó mairenismo, caracterizada por la búsqueda de la forma más pura de interpretar los cantes. Pensaba que el cante estaba hecho, tal y como confesó en una entrevista: "El cante puede desarrollarse; ha llegado a un grado de desarrollo, pero lo que yo no puedo es crear cante."Mairena distinguió entre cante gitano-andaluz y flamenco. Pensaba que los gitanos hacían lo primero y que él estaba en esa línea siguiendo los pasos de Manuel Torre. El flamenco lo harían cantaores como Antonio Chacóny los seguidores de su escuela incluidos todos los artistas que protagonizaron la época conocida como de la “Ópera Flamenca”. Pero, con razón decían los hermanos Caba: “Justificar la identidad de lo flamenco y lo gitano es simplificar la cuestión; pero a fuerza de confusiones (…)
Los dos tuvieron sus detractores y una legión de admiradores que llega hasta nuestros días, porque ninguno dejaba indiferente a nadie que los escuchara ya con la gélida mirada del entendido ya con la irracional pasión del aficionado.