Antología, José Menese
Llega un momento en que el artista ya no pertenece a una corriente determinada y deja de estar encuadrado en un grupo con peculiaridades que son comunes a las del resto. Es lo que podemos llamar etapa de la realización plena, el punto de encuentro consigo mismo, cuando desaparecen las tendencias que antes lo encajaban en un diseño estético preciso para pasar a otro ámbito en el que las modas y las influencias se han diluido. Y esto es lo que, a mi modo de ver y analizando su ejecutoria, le ocurre a José Menese, cuyo itinerario ha estado salpicado por acontecimientos que construyeron su personalidad artística. Son circunstancias puntuales que abarcan periodos más o menos extensos y que al final dan como resultado una figura esculpida con elementos que lo marcan.
En primer lugar destacaría la presencia del poeta, pintor y activista de la cultura Francisco Moreno Galván, profundo conocedor de la lírica tradicional flamenca y de su universo estilístico. Junto a José Menese en calidad de factor imprescindible, Moreno Galván fue el creador e impulsor de la moderna escuela de cante de La Puebla de Cazalla, Sevilla, donde ambos nacieron, un movimiento cuyas características se resumen en un salto conceptual en la renovación de los textos, una potente carga en las formas expresivas y la diversidad en los repertorios. Otra escala que considero fundamental en el camino emprendido por José Menese, fue el acercamiento a una línea de cante que tenía como máximo modelo de manifestación flamenca los rasgos interpretativos procedentes de los cantaores gitanos. Es por eso que José Menese bebió de esas propuestas al lado de algunos nombres característicos como Antonio Mairena, Juan Talega, Fernanda de Utrera o Terremoto de Jerez. Estas experiencias, que le dejaron huella, se completaron -teniendo en cuenta otra escala de valores- con su paso a principios de los años sesenta por el madrileño tablao Zambra, universidad, auténtico centro pedagógico flamenco, que constituyó otra fase importante para su aprendizaje junto a los maestros Rafael Romero, Pericón o Juan Varea.
Y una coyuntura poco conocida, o poco estudiada, fue el impacto que produjo en la forma de cantar de José Menese el descubrimiento del expresionismo abstracto, una acción pictórica de especial relevancia en nuestro país entre los años cincuenta y ochenta del pasado siglo. Esa materia primigenia que proviene de las raíces ancestrales enlaza con el grito desolador de Menese sin que se interponga ningún signo figurativo. Él entendió el carácter atávico e intemporal de esos cuadros, sintiéndolo como parte esencial de su cante indómito, solo comprendido por su misma naturaleza volcánica.
El cante de José Menese, que posee una especial capacidad de conectar con el público y un vibrante y conmovedor poder para transmitir su música, se distingue por la manifestación de su contundente eficacia emocional a través de la entrega en cada actuación y por la originalidad de unas letras que refrescan el repertorio literario clásico. Aunque ahora Menese ya ha adquirido la voz definitiva, un espacio sonoro personal y único para ser distinto, para ser él mismo, sin marcas y sin huellas.
Texto: José María Velázquez-Gaztelu para CNDM