Con los primos correteando por el pasillo, jugando al escondite bajo las camas y dentro de los armarios, aprovechando la dedicación de la abuela y nuestras madres a la tarea de cocinar la cena de Nochebuena.
Asomándonos de vez en cuando al centro de operaciones, a la cocina que bullía calor hogareño, con mezcla excitante de sabores y aromas, sustanciosos, extraordinarios, de capones guisados al fuego lento, con los dulces caseros sobre la bandeja guardada en la alacena de la despensa, muy alto, fuera de nuestras ganas incontenibles, repetidas cada pocos minutos, de que teníamos hambre, de que cuánto faltaba para la hora de la cena, un poco más acelerados según fuera transcurriendo el tiempo y la tarde declinara . . .húmeda, gélida, invernal, entre los vapores alimenticios y densos que iban condensándose en los cristales ateridos, hasta hacerse lluvia deslizándose por las suave superficie como si de un paisaje de noche y destemplanza se tratara.
Y nosotros insistíamos y gritábamos que teníamos mucha hambre, y nuestra madres insistían que esa tarde no se podía comer nada hasta la hora de cenar. Que había que llegar con hambre, porque tendríamos que comérnoslo todo y la abuela no se iba a esforzar para que luego dijéramos que no queríamos . . .
Pero no era razón ni consuelo. Y nos volvíamos más pesados todavía, tal vez porque sabíamos que al final obtendríamos el premio. Porque, al cabo, recuerdo muy bien, cuando mi madre alineaba unos vasos llenos de agua fresca y, como con algo de complicidad, echaba un par de cucharaditas de azúcar a cada vaso para remover a continuación con la cucharadita hasta disolver la dócil glucosa de la azúcar, para repartirnos a cada uno el humilde refresco. . . para nuestra felicidad sorbida con fruición. . . para que no se nos olvidara el refrigerio tan inolvidable. . .hasta hoy que volveré a celebrar la nochebuena con mi familia y presidiendo la cabecera de la mesa, tal vez. . .porque uno ya ha dejado de ser el niño que fue, . . .aunque todos los años recuerde y saboree el agua con azúcar de cuando era niño y mi madre distraía la ansiedad con algo tan nimio, con algo tan incomparable, de cuando la ilusión era magia de andar por casa.
Torre del Mar diciembre – 2.014