E L T O N T Ó D R O M O

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con un mohín muy femenino, con un imperceptible desmayo muy altanero, con un toque breve y elegante del ala del sombrero o del mínimo vuelo de la gorrilla, medio agarrándola para saludar con inclinación, con la pleitesía debida si hubiera falta, o a media tarde, en la plenitud del día, con la digestión ya hecha y las ganas por verse algo aceleradas, más juveniles, más picantonas y busconas, incluso, desde la bajeza de los inútiles machitos, hasta los guiños indisimulados, los suspiros al paso, las miradas enternecidas, que lo dicen todo, en un ida y vuelta que no cesa y que siempre parece corto, mientras corretean los niños hasta pillarse, mientras las comadres se confían sin fiarse y los compadres, aprovechando los apartes, se compinchan para darse por enterados, todo ello envuelto en un dócil, soterrado y “discreto encanto de la burguesía”, por el tontódromo “pasando lista”.  

                                                           El tontódromo pues de cada pueblo y en cada ciudad. Gran Vía arriba y abajo, en la capital por su arteria principal, camino desde el centro del pueblo hasta el puente sobre el río, en las afueras del caserío que mira detrás de los visillos, sobre el mentidero populachero, bajo vetustos soportales, flanqueados de rancios plátanos de bulevares, álamos domesticados, acacias exóticas. . . mientras el pueblo permite pasear a sus convecinos, vigilándose, del brazo las mozuelos, con las manos en el bolsillo los gañanes, echándose el ojo y los tejos, como sin decirse nada, aguardando veinte minutos hasta  volver a cruzarse sin dejar de mirarse, a hurtadillas.

                                                           Para luego poder soñar que se es alguien, que hoy nos ha mirado el amor platónico que aún no se ha detenido, siquiera para dejarse rozar, para sentir la fragancia imaginada, la luminosidad de unas miradas cruzándose, mágicas, únicas, deseadas hasta . . . la próxima vez que vuelvan a cruzarse. . . las miradas.

                                                           En los tontódromos que nos vieron crecer, de cuando éramos tan pequeños, de cuando fuimos quemando etapas de nuestra juventud, creyendo que sería ese nuestro paisaje imperecedero, tras el amor intangible que veíamos a diario, soñando porque no pasara un día sin llegara dejarnos de mirar. . . disimulando que podría llegar a algo esos primeros amores que nos enamoraron tanto.

 

                                                           Torre del Mar    marzo – 2.015