Günter Grass escribió en un piso pequeño y malsano de París, donde vivía con su mujer y sus dos hijos gemelos. Allí fue donde imaginó a Óskar Matzerath, el niño que en un momento dado decide dejar de crecer, un enano, un loco sexualmente obseso, un criminal . . . al paso de los tambores nazis que. . . había sido derrotados, tras tanto dolor infligido. . . en cualquier caso una especie de conciencia necesaria, obligada e imprescindible, contra todo orden marcial.
Y en el pasado marzo Günter declaraba: “Ahora hay de todo, hay recursos. Y antes no había nada. Y los jóvenes no tienen porvenir. Ni ilusión de tenerlo”. ¿?
“Eduardo logró lo increíble en el peligroso ejercicio de la palabra: combinar lo que susurra el corazón con las consignas humanas que nunca caducarán. Logró entregar la palabra a quienes nacieron sin acceso o sin derecho a la palabra”.
En el Olimpo de los “amigos entrañables y necesarios”, como para tenerlos siempre muy a mano, en la memoria viva, cada vez que intentemos ser un poco mejores, cada vez que necesitemos caminar del brazo “para ocupar las calles nuevamente”.
Torre del Mar abril – 2.015