Y es que da lo mismo envolverse que no en la bandera. Se puede seguir siendo igual de miserable, cursi o buena persona, con y sin bandera, aunque venga al pelo cualquier símbolo que justifique desmanes y arbitrariedades, pedigrís nacionales, por la banderita rojigualda.
En nombre de la bandera, firmes ante la bandera, la bandera de los sentimientos más acendrados del patriotismo de opereta.
Al estilo hollywoodiense, con la gigantesca bandera ondeando en la plaza de Colón de Madrid, al gusto del inefable “señorituuuuu” Aznar, o al gusto de respaldo coreográfico muy estadounidense de la presentación del “voluntarioso muchacho”, socialista y español hasta las trancas, aunque algo “federal”.
En pugna en cualquier caso sobre el uso y abuso de la bandera, la bandera que es un símbolo y un trapo, después de toda la parafernalia que nos obligue de alguna manera a ser respetuosos, cómo no, con la patria que nos ¿hace suyos? ¿reverentes ante la bandera muy pero que muy grande?, o bien al contrario la patria chica hecha esfuerzo a esfuerzo cotidianos, cada jornada, cuando resulta que los adalides de las banderas tan grandes y oleadas sobre sus patricias testas solo se preocupan de alcanzar el poder y . . . la ortodoxia, para no salirse del chollo patriótico que les ponga firmes, dispuestos a todo por . . . lograr el triunfo que les persevere en el poder, en aras de “esa estabilidad” que tanto añoran para permanecer al mando de la nave patria sobre la que ondeará como no la bandera. . . “Banderita, tú eres roja, banderita, tú eres gualda”.
Cuando son otras estandartes de justicia social, igualdad, redistribución justa, educación y sanidad . . . universales y públicas, servicio a los más necesitados . . . sin tener que estrangularlos antes que ir corriendo a salvarlos . . .
Benditas banderas que como la música militar nunca me supieron levantar antes de tiempo. ¡Lástima!
Madrid junio – 2.015