La cita, una iniciativa completamente privada, es referencia de culto en el calendario internacional, y a él acuden aficionados y profesionales venidos de todas las partes del mundo. La mayoría de ellos repite, con lo que el ágape de recepción tiene mucho de reencuentro entre amigos. Saludos y abrazos con una copa de vino de la cosecha de los anfitriones: el blanco Flamenco y el tinto Jondo, criados con la uva que los artistas cultivan en la cercana Trebujena.
Oscar José García, canadiense con ascendencia hispana, sirve vino y gazpacho mientras cuenta que es la cuarta que vez que viene con su mujer, alumna de los cursos de baile. Él es director de orquesta allá en Edmonton (Alberta), donde se descarga los podcasts del programa de flamenco de Radio Clásica, que muestra en su teléfono. Por ellos supo de este seminario y se ha hecho un habitual. “Trabajamos duro todo el año para poder estar aquí. Aunque tocar con Gerardo es muy difícil, no nos lo podemos perder”.
Mestizaje y maridaje
Sanlúcar es la tierra de la aromática manzanilla y lugar de vacaciones desde tiempos decimonónicos. En estos días recibe a unos veraneantes de carácter especial. Son de hasta once nacionalidades distintas.
Hay guitarristas que cargan con sus voluminosas fundas para la sonanta. Otros que portan una cúbica mochila: el cajón flamenco que a mediodía enseña Ángel Sánchez Cepillo. Y las bailaoras caminan en grupo por las calles, alegres, coloristas, y con el porte que da la disciplina. Todos se integran en el paisaje urbano que adquiere así el mestizaje que es emblema del curso.
Para la ciudad, en horas bajas por su altísimo índice de paro, estos meses deben suponer un alivio. Calcular la incidencia de este curso flamenco en el verano sanluqueño puede ser difícil de calcular, pero seguro que nada desdeñable. Un hotel al completo (Los Helechos) está ocupado por cursillistas y familiares, y un segundo, La Posada de Palacio, aloja a buen número de distinguidos alumnos, además de ser la sede de una de las noches del curso. Aquí oficia en los fogones el joven chef José Luis Fernández Tallafigo (Restaurante El Espejo), que ofrece novedosas propuestas que maridan bien con los vinos y la música del lugar.
El zaragozano Julio Coca y el sevillano Manuel Macías son dos de los más veteranos, con casi veinte años de cursos de guitarra. El segundo, director del Sevilla Convention Bureau, se confiesa fiel del nivel intermedio, “sobre todo para no tener que madrugar”, bromea (el nivel avanzado es el primero de la mañana). Otro veterano, Lance Quinn, productor y guitarrista de gente como Bon Jovi o los Ramones, etc., es hoy un fervoroso seguidor de Gerardo Núñez. Frente a ellos, Ron Radford, veterano profesor de guitarra en los Estados Unidos, viene por primera vez desde Saint Louis (Missouri) con el viaje pagado por un amigo. También es debutante el joven Sebastian Hajeman, que viene desde Ámsterdam aconsejado por su profesor holandés. Parecido caso al de Kalid Abdul-Jabar, de Arabia Saudí, que tuvo un profesor en Washington D. C. que había sido alumno de Gerardo Núñez.
Casi todos ellos, como los más de ochenta inscritos este año, están más o menos en sus puestos a la mañana siguiente, a pesar del acostumbrado y obligado afterhours. “Las clases comienzan a las diez —bromea Gerardo—. “Otra cosa es la hora de llegada de los alumnos”. Desde el auditorio de La Merced, una iglesia protobarroca de principios del siglo XVII, salen a la calle las notas de un batallón de guitarras. El maestro despliega acordes, falsetas y ritmos y el alumnado, casi exclusivamente masculino (una sola mujer), se dispone en semicírculo en torno a él e intenta secundarlo. A una señal, tienen permiso para grabar y todos abandonan las cuerdas para levantar sus teléfonos. “No me importa que me graben, pero de una forma ordenada y con un uso responsable. Les recuerdo que vivo de esto”, declara Núñez.
Bajando la cuesta Belén y pasando la Plaza del Cabildo se accede al Patio de la Victoria. En sus altos, desde las diez hasta la una del mediodía, se suda algo cercano a la tinta. Suelo de parqué y espejo para una veintena larga de mujeres (un solo hombre) que sigue los dictados de Carmen Cortés apoyada por el cante de Rafael El Zambo y la guitarra de Niño Manuel. Hay caras de felicidad dentro del esfuerzo, y complicidad con una maestra que, además de pasos, les muestra pautas para sorprender por la noche, cuando bailarán en la fiesta dedicada a la bulería. Su momento. Entre las alumnas, Christine Digeer, realizadora de France Culture (Radio France), que acaba de terminar un documental sonoro sobre Paco de Lucía. Ella, como casi la mitad del grupo, es una asidua a un curso que considera mágico.
El carácter cálido y festivo que anunciaba la bienvenida marca el tono dominante del mismo. Aquí el personal viene a aprender, no cabe duda, pero también a disfrutar. Y mucho. Lo facilita el programa, que desde las diez de la mañana y durante todo el día tiene distribuidos sus cursos de guitarra, baile, cante y percusión, pero que redondea la jornada con un concierto distinto y una fiesta cada noche. Es parte de la filosofía que de la formación tiene Gerardo Núñez: “El curso”, comenta, “tiene su parte más formal. Mis alumnos tienen sus clases, graban sus falsetas y se las llevan a casa; pero por la noche tienen la oportunidad de tocarle a cantaores de Jerez, estar con los artistas, vivir, compartir y tocar con todos ellos”.
Ellos y ellas lo aprovechan bien. El lunes es el día de los guitarristas, el espacio donde se lucen los alumnos más aventajados; el martes, la fiesta de la bulería, momento para las alumnas bailaoras; el miércoles, el II Certamen de Guitarra que lleva el nombre del maestro organizador; el jueves, recital de cante del jerezano David Carpio, que imparte la disciplina al atardecer; y el viernes, la fiesta de fin de curso en un chiringuito en la playa de La Calzada. Cada noche, un evento en un lugar distinto de la ciudad. Tiempo para lo dicho: compartir, bailar, tocar, cantar y… disfrutar. Aprendizaje vivo.