En esta categoría habría que incluir la noticia del pasado domingo, el estudio del Observatorio del Medio Ambiente Urbano para la Agenda 21 que plantea, entre otras medidas para bajar la contaminación en Málaga, reducir el tiempo de actividad de la fábrica de cemento de La Araña, los años en activo e incluso trasladarla de sitio. Este informe coincide con la noticia de que Málaga no optará a la candidatura de Capital Verde Europea en 2018, que difícilmente conseguirá una ciudad con una fábrica incrustada en su litoral turístico que es una de las más contaminantes de Andalucía.
Trasladar la cementera, aunque sería trasladar el problema, es un hermoso sueño para muchos malagueños pero de ahí a que la multinacional italiana se mueva un milímetro hay un mundo.
La veterana fábrica de cemento ha dado mucho empleo en la zona y ha nutrido de materia prima el principal negocio de Málaga, pero también ha acabado en el pasado con vestigios prehistóricos de valor incalculable, demolido sin contemplaciones su preciosa casa del director de estilo regionalista, contaminado el entorno, causado incontables molestias en La Araña y El Candado, sin olvidar el actual trasiego inaceptable de camiones de gran tonelaje rumbo la fábrica por el interior de la ciudad, como denuncian las asociaciones de vecinos de Pedregalejo y El Palo y que es causa constante de preocupación por la inseguridad vial y la contaminación medioamiental y acústica.
Este año los malagueños hemos comprobado además cómo la fábrica ha cerrado, con el visto bueno municipal, el antiguo Camino (público) de Vélez, así que nada sabemos de la antigua casa de postas, desvalijada después de que la fábrica ganara un juicio a los inquilinos, y tampoco hay acceso al arco y los mojones conmemorativos del Camino de Vélez de tiempos de Carlos III, todo ello en una zona declarada Bien de Interés Cultural por los yacimientos arqueológicos de La Araña.
Pese a que ha reducido sus emisiones, no debería permanecer en el litoral de Málaga capital. Su tiempo ha pasado, salvo para nuestros políticos. Algo positivo es que un organismo municipal plantee la posibilidad de trasladar tan contaminante negocio pero de aquí a que la multinacional se marche antes de que acabe la concesión la serpiente de verano tendrá que mudar de piel más veces que estrellas hay en el cielo