Marifé de Triana era todo gracia y salero. Pero aunque fuera la reina de la copla, pelaba las gambas como cualquier otra persona. Mientras partía una cabeza tras otra al tiempo que charlaba con sus acompañantes, el sonido que contaba la historia de María de la O comenzó a sonar por los altavoces de aquel lugar, y como si fuera consciente de que estaba a punto de crear un momento histórico, se lanzó a cantarla por encima del equipo de sonido del Pimpi Florida. Esa ‘loba’, y esa anécdota que Jesús López, su histórico dueño, le contaba a su hijo Pablo, son parte de esas historias que han hecho de este lugar la catedral de la copla malagueña. Ahora, 62 años más tarde de que abriera sus puertas, el Pimpi Florida, ese pequeño bar de 30 metros que hace feliz a todo el que lo pisa, ha comenzado su andadura por una tercera generación de propietarios que mantiene la misma esencia, la misma música y la misma sensación de un gozo que se mezcla con un vino y un marisco maravilloso.
Ahora es Pablo, el hijo de Jesús, el regidor de este templo de la felicidad; y por suerte para su público casi nada ha cambiado en las paredes más famosas de las cuatro esquinas de El Palo. La acogida ha sido muy buena, así como el cariño que los malagueños han demostrado de la mejor manera posible, que es no otro que no dejando de ir. Pablo ha sido el gran artífice de que todo siguiera como siempre, pero no por ello los recuerdos dejan de ponerle triste a veces, especialmente cuando suena la música que él mismo selecciona y que su padre le legó como tesoro emocional. «Ahora mi vida es algo distinta», cuenta el propietario. «Si bien hace ya algunos años que estaba detrás de la barra, el resto del trabajo, como por ejemplo ir a comprar el pescado, lo hacía mi padre. Yo llegaba a las 20.30 y y me iba a las 4, y ahora tengo una responsabilidad mayor que para mí es un orgullo».
Pero no es Pablo el único protagonista del Pimpi Florida. Todo aquel que ha ido en más de una ocasión al Pimpi, y ha tenido el acierto de ponerse al final de ese pasillo de recuerdos, sabe que no hace falta hacer el camino de vuelta para respirar el aire de la calle, o el humo de un cigarro que para muchos se hace esencial entre copa y copa de vino. Al fondo está esa puerta que lleva a las cocinas, en las que otra miembro de la familia, Rosa Mari, tiene todo controlado. Ella es la encargada de que la comida sea excelente, pero también es que la que te cuenta los entresijos de todo lo que sucede entre esas paredes. Desde el pasado mes de diciembre en el que muriera Jesús, Rosa Mari solo habla de su sobrino Pablo con una mirada que emociona porque no puede esconder cuán orgullosa está de él. «Es como su padre», comenta, sin que Pablo le esté escuchando. «Aquí, por suerte, todo sigue igual».
De repente suena una nueva copla. Pero ésta, la ‘Farruca del tran’ cantada por Estrellita Castro, son pocos los que la conocen. Porque no todo el mundo acude allí como expertos en copla, pero sí hay algunos que van porque apenas quedan lugares en los que se honre tanto a la canción española como se hace allí. Pablo cree que la clave de que lleven 62 años abiertos son varias. «El ambiente, la gente y su actitud cuando cruza las puertas del local. Todo ello es algo que se ha mantenido igual gracias a lo que mi padre supo crear hace 40 años». Pero no hay que olvidar ese vino, ese líquido que «entra muy bien», como dicen todos, y que funciona como elixir de parte de esa felicidad que todos sienten en el Pimpi Florida. El mismo vino que cualquiera puede beber, es el que tomaron en su momento gente como Jesús Quintero, Charo Reina, Lolita, Imperio Argentina, y por supuesto un Miguel de los Reyes –no suficientemente homenajeado en esta ciudad– que era un habitual del Pimpi Florida, sabedor de que no había sitio como aquel.
Pero no todo es, o debe ser eterno, por lo que Pablo avisa de que esta es la última generación, y que el Pimpi Florida morirá con él. «Esto estaba previsto para tres generaciones, y aunque tenga claro que no habrá más futuro que este presente, tampoco se sabe qué ocurrirá», comenta con algo de nostalgia. Porque la realidad es que España ya no valora la copla como lo hacía antes, y no está claro cuánto más perdurará el recuerdo de la mejor época de la canción española. Entre las paredes de recuerdos que llenan el Pimpi hay una buena parte de la historia nacional. Porque aunque las cosas fueran bien distintas hace 62 años cuando se cantaban esos suspiros de España, este local que empezó llamándose tan solo La Florida es esencia de todo lo bueno que se ha dado desde entonces a nivel musical. Si Juanita Reina hubiera vivido algunos años más, igual le habría podido cantar a Jesús, y a su padre. Y en vez de ponerle «un crespón a la mezquita, a la torre y a sus campanas», se la habría puesto al viejo cartel que está colocado encima de la puerta del Pimpi. Otal vez no, porque el Pimpi Florida nunca ha muerto, y por suerte nunca se ha transformado. Y cuando uno entra allí, como a Marifé, una copla por tus venas se abre camino, y te hace feliz.