HACIA UNA REFORMA DE LOS CONCURSOS DE ARTE FLAMENCO

Y, además, digámoslo con claridad, porque los verdaderos artistas nunca han necesitado de premios para ser alguien y lograr el reconocimiento, aunque nunca vengan mal. A las pruebas me remito: ningún artista lo ha sido por el hecho de haber ganado los más importantes premios. Es posible que le haya ayudado a ser más conocido y actuar en determinados festivales, pero poco más; una vez pasado el sarampión de las fotos y las entrevistas, el que realmente valía se ha hecho de un hueco en el escalafón y el que no, pues se ha quedado en el lugar que artísticamente le corresponde. Con todo, la mayoría de los jóvenes –que debieran ser los potenciales concursantes de estos certámenes-, con buen criterio, prefieren la preparación y el trabajo diario como método ideal para su entrada en el parnaso flamenco. Por eso, año tras año vemos a los mismos recorriendo los distintos concursos, en busca de su media hora de gloria o en su defecto del premio en metálico que alivie las fatigas que la mayoría de ellos pasa para poder vivir dignamente del arte flamenco. Probablemente, no haya más cera que la que arde, aunque es obvio que hay más cante del que se puede escuchar en cualquiera de los concursos que hoy se dan.

 
Los concursos son otra forma de gestión del flamenco, pues a través de ellos se mueve ingentes cantidades de dinero que sale mayormente de las arcas públicas, aunque es cierto que las empresas privadas suelen ser más receptivas a las peticiones de ayuda que si se trata de otro tipo de evento. La razón puede estar en que al dinero donado se le saca más rentabilidad social y publicitaria, dado que suelen patrocinar premios completos que acaban siendo asociados al nombre del mecenas; mientras que en el patrocino de otro evento –un festival, por ejemplo- la empresa en cuestión es un nombre más entre los muchos que aparecen en la faldilla del cartel. A modo de ejemplo orientativo, y restringiendo el dato a la provincia de Málaga, entre la veintena de concursos que tienen lugar a lo largo del año –todos ellos organizados por peñas flamencas, excepto uno que está organizado por el ayuntamiento de la localidad- gestionan una cantidad de dinero que sobrepasa con creces los trescientos mil euros (cincuenta millones de pesetas) de los cuales, un ochenta por ciento va a parar a los bolsillo de los ganadores y artistas invitados, mientras que el resto se distribuye en sufragar los gastos de cartelería y difusión, sonido, decorados, jurados, presentación, etc. Si el dato lo hiciéramos extensivo a toda Andalucía, la cantidad habría que multiplicarla por cinco. Y si saliéramos de sus fronteras recorriendo España, el total sería una cantidad notablemente mayor, que nos abstenemos de dar por no disponer de datos fiables, aunque no sean difíciles de calcular. Datos de los que excluimos los dos grandes concursos –Córdoba y La Unión- por tener unas características propias que los diferencia de los demás que se celebran por toda España.
 

Cartel anunciador de un "Campeonato de Flamenco" en Madrid

De los muchos concursos que se vienen celebrando a lo largo y ancho de la geografía flamenca, dentro y fuera de España, solo dos siguen siendo la referencia de este tipo de certámenes: El Concurso Nacional de Arte Flamenco  y el Festival Internacional del Cante de las Minas. Toda vez que el Concurso Nacional de Cante Jondo "Antonio Mairena" perdió su capacidad de influencia tras la dasaparición de su principal mentor, los demás, los denominados por mí como “concursos-despensa”, no trascienden más allá de lo puramente económico, a pesar de que alguno persiga unos objetivos nada claros: recordemos la convocatoria de un “Concurso de Flamenco Moderno” en España y otro de “Flamenco Antiguo”, en Italia, según rezaba en los coloridos carteles que los anunciaban. Es cierto, empero, que su vida no llegó más allá de una o dos convocatorias.

 
El Festival Internacional del Cante de las Minas, que reivindica los cantes mineros como propios, pasó de ser un concurso con prestigio a un sarao donde el flamenco acabó siendo engullido –nunca mejor dicho- por la gastronomía y el afán publicitario, al tiempo que tomaba una deriva que lo estaba desprestigiando. De tal modo que, el evento se transformó en una feria, más pendiente de los medios de comunicación y del glamureo de los artistas mediáticos que de la calidad y la trascendencia de lo que es su razón de ser: el arte flamenco. Es decir: la rigurosidad y la seriedad, dentro de la línea de modernidad, universalista y cosmopolita, que había caracterizado al Festival en los mejores años de su historia, estaba desapareciendo a favor de un concepto que se miraba continuamente al ombligo, sin que los gestores consiguieran conjugar lo local y lo universal, quizá porque no quisieron ver ni escuchar lo evidente: que el sostén del Festival está fuera. Esperamos y deseamos que los nuevos gestores del Festival recuperen el espíritu con el que nació, sin perder de vista que estamos en el siglo XXI, pero con un enfoque artístico y promocional bien diferente, si es que se quiere mantener su prestigio. Por ejemplo, habría que actualizar la forma de selección de los concursantes y el imprescindible carácter promocional de los ganadores. Son propuestas, como la actualización de las bases que se realizó en su día, que me cansé de sugerir, cuando colaboré durante años con la organización del mismo, aunque es verdad que sin mucho éxito. A ver si esta vez me escuchan.
 

 

Otro concurso, diseñado a imagen y semejanza, en lo formal y en lo ideológico, del ideado por Manuel de Falla y sus amigos artistas e intelectuales en 1922, es el de Córdoba. Entre aquél y éste hubo otros, alguno de la importancia del que le otorgó la Llave del Cante a Manuel Jiménez Martínez de Pinillo, “Manuel Vallejo”, celebrado en Madrid cuatro años después. Pero si en 1956, año del Primer Concurso de Cante Jondo, Fosforito fue el gran triunfador, en el III Concurso Nacional de Cante Flamenco de Córdoba, que volvía a cambiar de nombre en esta edición, celebrada los días 19 y 20 de mayo de 1.962, también se concedió otra Llave de Oro del Cante, esta vez a Antonio Cruz García, “Antonio Mairena”. En sus más de cincuenta años, por él han pasado la práctica totalidad de los que han sido y siguen siendo artistas del cante, de la guitarra o del baile. Perdura en el tiempo y aún sigue siendo cita obligada cada tres años, aunque, todo hay que decirlo, ya no con la entidad ni con la intensidad de antaño, quizá porque su capacidad de proyección ha disminuido. En la decimonovena edición se modificaron las bases, aumentando considerablemente la cuantía de los premios, acabando con la antigua denominación de los mismos, reduciendo su número y simplificando la dificultad para obtenerlos. No sé lo que se pretendía con la reforma, pero sí sé que al Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba, referencia histórica entre los certámenes flamencos, lo han convertido en un concurso más; pues si en las postreras ediciones se había apostado, aunque fuera de manera tímida, por los jóvenes y por las propuestas artísticas flamencas menos conservadoras y más arriesgadas, en la última que ha tenido lugar encontramos más de lo mismo, una puesta en escena de lo ya conocido. Era evidente que el más prestigioso de los concursos flamencos necesitaba de una renovación, pero no en el sentido que se ha realizado. Se cambiaron las fechas del florido mayo cordobés por las del triste otoño. Se transformaron las bases, para convertirlas en una copia de otras que rigen los muchos concursos que se celebran en pueblos y ciudades. Y se alteró el equilibrio de la composición del jurado, formado mayoritariamente por artistas de nombre. Lo sé por experiencia, componer un jurado casi exclusivamente con artistas en activo es uno de los principales errores técnicos de cualquier concurso. Por esa razón, siempre he defendido la necesidad de un jurado equilibrado tanto en el discernimiento como en la defensa de los distintos conceptos del arte flamenco. A los que me argumenten que para saber de cante, baile o toque hay que ser cantaor, bailaor o guitarrista les diré que mienten interesadamente. Hoy hay estudiosos y críticos con la valía y la competencia precisas para ejercer con propiedad y eficacia la labor de jurado. Con la diferencia de que los artistas únicamente ven por el ojo de su particular mirada del arte flamenco, mientras que el intelectual teórico, el flamencólogo como se dice ahora, tiene ante sí una amplia gama de gustos estéticos que, si sabe analizarlos, argumentarlos y darles contenido, le ayudarán a establecer la verdad objetiva. Algo muy difícil, por no decir imposible, en un artista. El comité organizador del Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba debe reflexionar, hacer autocrítica, desterrar prejuicios y dejar de enrocarse y de mirarse al ombligo. Es decir: renovarse (de verdad) o morir (de olvido).