El otro día compré en el mercadillo semanal tres pares de calcetines por dos euros: ¿quién ha ganado en esa operación económica, qué márgenes se contempla, cuál ha sido el coste real de esos calcetines? . . . Simultáneamente, Obama presidente estadounidense ha pedido al Congreso una partida económica para poder llevar los bombardeos sobre el territorio sirio de 60.000 millones de euros. En esta operación también hay quienes ganan y ¡mucho!.
En lo que se refiere a los “desgraciados” protagonistas del terror y la maldad inexplicables, insoportables, tal vez cabría encontrar tres razones o agrupar esas posibles razones en tres grupos y que, de alguna manera, nos permitiera hacer comprensible lo indigerible.
Cabría entonces referirnos al aspecto de la marginación, el gueto, el efecto directo y visible de la desigualdad, la falta de la identidad cuando hacen porque no se sientan ciudadanos de pleno derecho, sin un proyecto vital y viable, sin ninguna razón digna que empuje a intentarlo . . . cuando se está fuera del proyecto común, tal vez porque esa conjunción común es solo una quimera para una minoría privilegiada y solo se es, solo se está al margen de la normalidad bienpensante, del bienestar seleccionado. Cuando solo se es un número sin fuerza, sin proyección, siquiera sin realidad, cuando solo se es un cero a la izquierda y aún . . . se exige un comportamiento no molesto, sumiso, rendido.
Cuando en ese sentido se vislumbra la posibilidad de ser algo más que nada, cuando resulta que se te recibe con los brazos abiertos incluso para caer en el sumidero de la trampa de una nueva esclavitud . . .”dorada”.
También cabría encontrar una razón personal, individual, psicológica y por lo tanto patológica, propia de la personalidad de cada individuo que necesita singularizarse incluso como para perderse en la sinrazón del ímpetu autodestructivo.
Y por último y con idéntica trascendente intensidad podría tenerse en cuenta la razón del propio atractivo del comportamiento compulsivo, aterrador, dominante, aparentemente todopoderoso, desde la falacia de un protagonismo desafiante. ¡Qué juguete tan maravilloso puede ser un Kalashnikov lleno de balas, una cámara para las “hazañas” televisadas, aunque se caiga en la monstruosa escenificación de la perversa maldad, para lograr el mayor impacto, justo como si se formara parte de un “juego de última tecnología”, un juego de guerra virtual, aunque las víctimas sean de verdad, cuando uno ya ha perdido el sentido de esa realidad, erradicada toda empatía que permitiera la vuelta atrás . . .
Y si a este “gazpacho” se le añade el aglutinante fanático de una religión adaptada a la raquítica mentalidad de la carencia de toda humanidad. cuando uno se siente enemigo irreductible del infiel, del no creyente, en aras a la mayor gloria de su propio dios “verdadero” . . . entonces la mezcla explosiva está a punto de reventar a inocentes enemigos.
Y uno termina pensando que ¡qué caro! nos resulta no haberlo intentado todo en el principio de una educación que . . . huye de la dificultad, coleccionando frustraciones y fracasos, como si no fueran a regresar exigiendo la factura de su abandono . . . a su suerte, sin futuro, sin autoestima, sin horizonte alguno digno, decente, humano.
Mientras los grandes embaucadores del poder solo son unos granujas del tres al cuatro saliéndose de rositas.
Torre del Mar noviembre – 2.015