Desde entonces -siete años antes del Concurso Nacional de Cante Jondo de Córdoba, frontera donde se inicia la denominada Época Neoclásica- todo ha cambiado, todos hemos cambiado. Casi nada queda de aquella ilusión romántica, alimentada por el alcohol y el arte, por la pasión y la noche, por la ingenuidad -¡bendita sea!- y el amor -¡qué escaso entre los flamencos(o similares) de hoy!-, por…Tantas cosas, que envejecen el corazón. Ay, corazón flamenco, ¿dónde estás que no te siento?
Nada es igual, en efecto. Tampoco las Peñas -más de cuatrocientas en toda España-, que han perdido juventud pero no han ganado madurez, aunque siguen siendo referencia obligada en el entramado organizativo del flamenco. Las Peñas que funcionan bien son imprescindibles. Sobre todo en pueblos y ciudades pequeñas donde la oferta cultural flamenca es escasa o nula. Es aquí donde cumplen un papel esencial en la difusión del arte flamenco, a través de sus concursos, galas, semanas culturales o festivales; aunque no siempre estos eventos se organicen con la seriedad y rigurosidad precisas. En las capitales y grandes ciudades andaluzas, sin embargo, están las peñas insignia que marcan la pauta y diluyen, con su influencia, la labor de otras. Es el caso de El Taranto en Almería, El Mellizo en Cádiz, Fosforito en Córdoba, La Platería en Granada, P.F.de Jaén, Los Cernícalos en Jerez, P.F.de Huelva, Juan Breva en Málaga y Torres Macarena en Sevilla.
Concursos hay hasta en la casa del vecino. Son muchos, demasiados. Cada Peña se afana, año tras año, en organizar el suyo. De modo que la retahíla de los concursos se ha convertido en un circuito, más o menos organizado, para los inapropiadamente llamados "profesionales de los concursos". Ellos y ellas, cuyos nombres están en la mente de todos, son los que aparecen, edición tras edición, en el palmarés de los concursos que se celebran a lo largo y ancho de la geografía andaluza y española. Y, sin embargo, ahí siguen agotando la salud y la ilusión a cambio de unos premios que sólo dan para ir viviendo. Ni siquiera los concursos de más prestigio mantienen ese papel promocional que tuvieron y que es esencial para el artista. Es menester, por tanto, una reestructuración a fondo de la filosofía y la organización de los concursos. Hasta llegar, si fuera preciso, a la desaparición de la mayoría de ellos, que sólo aportan a las peñas -salvo honrosas excepciones- mucho cante barato y de mala calidad. La ingente cantidad de millones que se invierten en los concursos, gastados racionalmente, servirían para dar trabajo a muchos artistas con calidad suficiente para dar un recital en una Peña, pero que se ven abocados a la ingrata injusticia de la competición. Sólo así conseguiremos dar una oportunidad a los jóvenes y no tan jóvenes de demostrar su valía y su oficio. Y conseguir, el que lo merezca con su esfuerzo, un puesto entre los elegidos. De esta manera las Peñas podrían ofrecer a sus socios y simpatizantes galas suficientes para llenar de contenido el año flamenco, abaratando costes y creando una sana competencia entre todos que llevara a rebajar los cachés -algunos desorbitadamente altos- y obligara a los artistas a una continua puesta al día de sus repertorios y conocimientos.
Las llamadas semanas culturales adolecen de criterio en la mayoría de los casos. Los temas se repiten y los participantes lo son en base a méritos extra flamencos, como pueden ser la amistad con el presidente de la peña o la capacidad para las relaciones públicas del invitado. Otras veces, es el ofrecimiento personal a cambio de lo que los organizadores quieran darle -poco o nada-, pero que se acepta de buen grado con tal de salir en los papeles. También suele darse el trueque: "Tú me llamas y a cambio yo escribo bonito o te hago una halagadora entrevista en el periódico, la revista, la radio, o la televisión". Por eso hoy dan conferencias hasta los que ni saben y carecen del don de la palabra. Lo de los festivales parece que se va arreglando gracias a que Peñas y Ayuntamientos están dejando el asunto en manode profesionales, que están acabando con la desorganización, el aburrimiento, el sonido de tómbola, las luces de teatro de feria. Y malgastar dinero de todos con el que algunos hacen el agosto -nunca mejor dicho- a costa de la ignorancia o de la ingenua bondad de no pocos "organizadores".
Dejo para el final el papel que juega el asociacionismo peñístico, incardinado en la Confederación Andaluza de Peñas Flamencas a través de sus ocho Federaciones. Hablar de fracaso no sería justo, porque no es verdad. Pero hablar de éxito rotundo tampoco. Si acaso, de un cierto éxito. No porque la Confederación carezca de sentido, sino porque las Peñas no han comprendido aún el verdadero valor semántico de la frase, no por conocida menos vigente, "La unión hace la fuerza". El carácter anárquico e individualista del andaluz ha calado hondo en las peñas: cada una es un mundo y hay que tener mucha paciencia y gustarte mucho el flamenco para aguantar las impertinencias y las tonterías de más de un presidente que utiliza la Peña como si de su cortijo se tratara. Afortunadamente, cada día menos. Pero, a pesar de todo, las Peñas seguirán ahí -deben seguir ahí-; aunque cierto es que encarando los nuevos tiempos con ideas nuevas, con proyectos nuevos, con nuevas caras. Renovarse o morir. Que así sea para bien del arte flamenco.
Publicado 3 days ago por Paco Vargas