Silencio, derrota, desolación . . .
niebla bajo el horizonte difuminado.
Paisaje triste,
paisaje devastado tras la derrota,
al fondo
de una luz que
no cesa, . . . sin embargo.
Y tras los adoquines no había
arena de la playa,
y mucha gente no pidió lo imposibles y la utopía deberá
aguardar, porque
los molinos no eran gigantes,
y los liberados solo eran galeotes
que arrastraban su condena
por los caminos desiertos
de la madrastra España,
habiendo vencido el miedo,
la parálisis,
henchida de recelos
y egoísmos consentidos,
bajo los ídolos que ya erigen
vengativos
sobre la derrota inapelable,
sobre el paisaje mudo y
callado,
mientras cabalga el caballero
infatigable
por las encrucijadas y trochas, veredas
y caminos de suelo duro,
pedregosos e infinitos,
al frente y junto a su escudero
que supo ver ver molinos
donde solo había . . .
gigantes encantados.
Y no podemos darnos derrotados
porque como dijo y sentenció
el poeta bueno
“solo se hace camino al andar” . . .
y aún nos restan fuerzas para
no darnos por desfallecidos,
porque no es más campeón
quien cruza la meta primero . . .
que quienes vuelvan a levantarse
tras cada caída, tras cada
derrota . . .
frente a los gigantes
que eran molinos.
Tras la batalla . . .
tras la aventura diaria
por la propia autoestima
puesta al servicio . . .
de los pobres y desheredados
después de todo.
Torre del Mar 27 – junio – 2.016