Sobre espetos III. 2.017

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Cualquier día, cualquier año, cualquier Asociación, cualquier Institución propondrá y solicitará que "los espetos" sean declarados Patrimonio de la Humanidad.

Y se estudiará el asunto, su intríngulis, su implantación, su acerbo cultural en la idiosincrasia de los pueblos pescadores, El Palo y Pedregalejo, y todo será posible y el honor de haberlo soñado ya habrá sido suficiente.

Y habrá que retroarse a sus inicios, humildesd, supervivientes, allá en los albores del s. XIX, cuando se decidió asar las sardinas pescadas sobre el guijo y la arena hollada de esfuerzo y pies descalzos, sobre las brasas de unos troncos consumidos, para lograr matar el hambre y la necesidad de aquellos pescadores de a pie, que jalaban el copo, o echando la traiña sobre la mar inquieta y oleada, para ver si se atrapaban sardinas, boquerones, jureles … y se escapaba de la miseria y la pobreza, mientras el sustento se degustaba en cuclillas sobre la misma orilla del mar, ensartadas las sardinas en cañas mojadas y que ahora dicen "poco higiénicas".

Y entonces será un honor recibir tal distinción, en honor de una habilidad tan humilde, nacida a los pies de los chozos y a la sombra de las barcas varadas, hasta llegar a nuestros tiempos, devenidos los pescaderos de antaño en patronos de chiringuitos y camareros y esteperos de nobles y esforzadas dinastías, al servicio de los comensales que acuden a degustar las sardinas del alba, las sardinas de plata y escamas de brillo y luces, las sardinas humides y pobres como los viejos pescadores que sueñan con singladuras que se confunden en las brumas de los recuerdos.

Mientras los rostros de nuestros mayores se esculpen entre los espeteros de hoy que curten su habilidad bordeando los aires y las corrientes, al tórdido Terral y al luminoso Poniente, al húmedo Levante y al sosegado Sur.

Mientras se alinean los espetos, como estandartes de unas costumbres y una cultura arraigadas frente al horizonte de la mar tendida, de la mar mediterránea, de la mar generosa …

Habiendo logrado el hito mágico de la sencillez más perfecta, más sabrosa, de una gastronomía de supervivencia que merece todos los reconocimientos, en el recuerdo de su historia, paralela a la de los barrios que asomándose hacia la mar oleada continúan clavando los espetos de sardinas Manolitas al rescoldo de las brasas de olivo o encinas.

Larga vida pues, en todo caso, a los espetos que flamean heroicos, impenitentes, agradecidos a la demanda de los comensales que los reclaman, mientras aguardamos todos esa denominación patrimonial de una Humanidad que tan bien supo sobrevivir a azares y necesidades a orillas del sur mediterráneo.

 

  Torre del Mar agosto – 2.017