Conocí a Pepe Archilla, a finales de los 60, cuando los dos, aún chavales, intentábamos cortejar a las que luego serían nuestras compañeras de por vida. El a Pepita y yo a Luisa. En una dura competencia entre la juventud de El Palo, algunos recién salidos de la formación profesional del ICET, librábamos duras refriegas para conquistar al primer amor de nuestra vida. Los dos tuvimos suerte, y en medio de aquellos lances incruentos surgió nuestra amistad.
Por aquella época, ni teníamos un duro, ni había ningún atisbo de certeza sobre nuestro futuro. Yo era un becario tímido que malvivía en pensiones y que, a través de un amigo común, Pedro Navarro, había descubierto el barrio de El Palo. Pepe, que vivió en “La Viña”, extrovertido, seguro de sí mismo, decidido, (buscavidas como se decía en la época), con una inteligencia innata y un tesón inmenso se lanzó de cabeza a la lucha de la vida. Aún no se de que manera consiguió abrir una pequeña droguería en los bajos de los edificios de la Cooperativa Ntra. Sra. de las Angustias. También compró allí un pequeño piso. Siguió trabajando a un ritmo frenético: se levantaba de madrugada para traer la mercancía, atendía su comercio y al final de la jornada repartía a sus mayores clientes las latas de pinturas que le habían pedido. Tiempo después, montó otra pequeña droguería que llevaba Pepita. Y años más tarde, en otro de sus intrépidos arrebatos, vendió las dos tiendas para comprar una en las Cuatro Esquinas. Nada menos que en el mismísimo centro de El Palo: “Droguería Archilla”.
He perdido la cuenta de los días y las horas que Pepe trabajó. Generalmente sin perder su sonrisa y su buen humor.
Junto con Pepa, formó y educó a una familia espléndida: María Eugenia, Daniel, Raquel y Rubén. Dándoles un ejemplo de vida que todos han seguido.
Un día declaró muy serio: “Donde yo vaya, va cualquiera de mis hijos. Ninguno se queda atrás.”
Y lo cumplió a rajatabla.
Tenía una mente abierta y un corazón dispuesto siempre a ayudar al que lo necesitara.
Se acercó a la Parroquia de Miguel León y de allí cogió los mejores valores cristianos y sociales. “Si somos hermanos, somos iguales en derechos, tenemos obligación de ayudar a los que lo necesiten y levantar la voz para denunciar los abusos”.
Vivió experiencias de comunidades con otro grupo de amigos; ayudó y estuvo cerca de aquellas monjas que se vistieron de seglar y vinieron a vivir entre los más humildes del barrio: Las monjas Reparadoras y algunas de la Asunción.
Y se comprometió con su barrio y con su gente.
En aquellos tiempos grises de finales de la dictadura y principios de la democracia, con más o menos miedo como todos, empujó el avance social para conquistar derechos que hoy todos tenemos. Derechos como el divorcio, la libertad de expresión, la igualdad de la mujer, el aborto, el respeto al diferente, la defensa de la naturaleza, …. derechos que en aquellas fechas parecían incluso difíciles de soñar.
Pepe se expuso, dio la cara y contribuyó con su trabajo y con su ejemplo al cambio social que tanto necesitábamos. Lo hizo sin gritos, sin excesivo protagonismo, pero con decisión y firmeza absoluta. Fue un miembro destacado de la Asociación de Vecinos de El Palo, en la que participó para la transformación y mejora de nuestro barrio.
Nunca se afilió a ningún partido político, pero su corazón estuvo en todo momento junto a los que más necesitaban.
Ya mayor, un ictus le paralizó medio cuerpo. Y lo volvimos ver revolverse, luchar, recuperarse lentamente, comenzar a dar otros primeros pasos. Negándose a que le socorrieran, porque él “tenía que recuperarse con su esfuerzo”.
Más tarde, le golpeó otro ictus. Y unos diabetes terribles, lenta e inexorablemente, lo fueron atacando con extrema dureza hasta dejarlo totalmente postrado.
Durante estos últimos años, muchos de sus amigos lo hemos acompañado compartiendo anécdotas, risas y sufrimientos.
Ya sabiendo que estaba muy muy grave, la mañana que a primera hora suena el teléfono y Pepe Juárez me anuncia que nuestro amigo se ha marchado, viví uno de los momentos de mayor liberación de mi vida. Muchas veces habíamos intentado ponernos en su lugar para tratar de comprender lo que él sentía.
Pepe un luchador incansable, ha dejado de luchar.
Nos deja el ejemplo de su vida, su recuerdo, y unos momentos compartidos de extraordinaria amistad.
JUAN JESUS MARTÍN