Cuentan que los disparos se oían de noche y que la sangre corría los regueros que callaban y huían.
Cuentan que la rabia se extendió rápidamente y que la nobleza se aprestó a defender la igualdad y la libertad contra los enemigos de la legalidad, contra los enemigos del pueblo.
Cuentan que los crímenes quedaron impunes demasiado pronto y que la vesania arrasó el futuro que era de todos.
Cuentan que las lágrimas chapoteaban, impotentes, mientras la tierra sagrada de los mayores retrocedía avergonzada.
Cuentan que los hermanos se enfrentaban y que los muertos silenciaban su pavor, y que el terror iba ganando terreno, y que las bicicletas para el verano criaron herrumbre, y que la ley marcial se instaló bajo palio, y que la derrota no iría a ser perdonada.
Cuentan que mi padre también luchó en la maldita guerra y que sobrevivió.
Cuentan que mi madre padeció el horror de la guerra y también sobrevivió.
Cuentan que el olvido aún grita en silencio, por abrirse paso, mientras supura la herida que jamás cerró, porque la humanidad entera, el pueblo español, cada víctima, el vencedor y el vencido, aún aguardan la condena absoluta y definitiva del crimen que fue, que reventó la calma emponzoñada de aquel verano largo, muy largo, . . . cruel, muy cruel, sangriento, muy sangriento. . . y los malditos aún perviven por encima de sus delitos imperdonables, por encima de sus víctimas, de todas las víctimas que perdieron aquel caluroso verano del 36. . .
Cuentan que aún resuenan los tiros contra las tapias . . . y que aún muchos cuerpos no han recibido la memoria debida a su sacrificio . . . como todos que tuvieron derecho al recuerdo y al reconocimiento
Fuente: Antonio García Gómez