Al albor paulatino
que surge y crece
tras la madrugada recién
desperezada
de sal y luz
vírgenes,
al despuntar el día
apenas inaugurado,
al socaire de la calma
salobre, al relente del
silencio que insiste, machaconamente,
al trasluz de la bruma imperceptible,
bajo los primeros destellos,
infantiles,
sobre la orilla no hollada,
anunciada la jornada que brujulea
informes bultos,
alineados como
al azar,
cuerpos que yacen,
cuerpos exánimes,
cuerpos que recién
fueron seres humanos,
hombres y mujeres
desesperados,
niños braceando su miedo
entre risas
y carreras,
riendo entre lágrimas
hasta quedar tendidos
los cuerpos masacrados por la indiferencia,
el miedo y el odio, tras haberse
creído a salvo
de la avalancha de los desheredados
de la tierra,
a orillas del Mediterráneo . . .
Asesinada la vida,
el futuro y la humana
determinación,
a su albur
letal,
víctimas del abandono
a su suerte,
sabiendo que se juegan
la muerte
y la vida hecha un amasijo
de esperanza vencida,
de derrota inapelable,
entregados al salvavidas
y al silbato, al fondo de la sentina
abarrotada,
del pánico desatado,
para ir a acabar
sobre la arena de la playa,
un bulto y otro
y otro . . . anclados a
la muerte olvidada,
sin nombre,
anónima . . .la ignominia
que nos exculpa a nadie,
que nos condena,
al pie de una oración,
una lágrima contenida,
una limosna que pretenda
lavar
¿nuestra conciencia?
Madrid junio – 2.016