A VUELTAS CON EL DOBLADILLO . . .

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Aunque resulte poco moderno recalar en esos asuntos que antaño se concebían como castigos divinos, al contrario de los tiempos modernos en los que se pretende dar un toque festivo, liviano, como si fuera algo tan insignificante como invisible. Cuando resulta que la mujer ha de asumir una auto responsabilidad desde tan temprana edad que, por cierto, el niño, el hombre ni la sospecha.

                                                Y volviendo a la maternidad hay algo muy cierto, y es que es innegable que la carga del asunto la lleva por su cuenta la mujer, desde el instante cero hasta . . . pasando por cada ocasión y vicisitud. Con todas las contingencias e inconvenientes, con el embarazo, ¿querido, no querido, deseado, imprevisto . .?, el parto, la crianza primera, con la responsabilidad y la ternura saliendo de las puras entrañas de la mujer . . . madre, sabiendo comportarse desde el primer instante, al menos desde una generalidad muy notable.

                                                Por mucho que se añada y valore toda colaboración, incluso la de la pareja de la madre, por ejemplo, como para que en todo caso solo resulte un complemento, una ayuda, una colaboración amada y agradecida, ¡ojalá!.

                                                Y por eso mismo no entiendo esa equidistancia que se desea poner en valor cuando, inter padres, tanto monta monta tanto, que igual sí, que ojalá también, admitiendo que hay en todo instante una responsabilidad que no puede fallar. .  .la de la madre! y precisamente por eso es por  lo que habría que poner en valor importancia insustituible de la madre, de la mujer . . . sobretodo si se desea y se asume que ella ha llevado la peor parte.

                                                Para sacar adelante los “pequenhinos” que nacen sin saber, precisamente, como arroyuelos recién alumbrados en cien regatos que no saben hacia dónde ir, hacia dónde perderse, mientras aguardan que les guíen, les muestren la corriente principal, el cauce que habrá de recoger sus ansias y afanes, por llegar a encontrar sentido a toda su fuerza vital, a toda su impetuosidad recién venida al mundo que ya les acoge.

                                                Como se “acompaña” a los toros en su carrera loca hacia donde les vayan dirigiendo los corredores, sin tocarlos, sin obligarlos, a su trote o a su galope,  en una carrera compartida . . . que llegará a su buen destino, al destino que conocen . . . los corredores, aunque siempre exista la opción de elegir cuando las aguas calmen el cauce tan amplio como venturoso.

                                                Como cuando ha de intentarse guiar al “pequenhino”, con la naturalidad de la ilusión por saber que se le puede guiar, que se le debe ayudar, mostrar, acompañar . .  .hasta encauzar al “mocoso” que no sabe y se rebela y , sin embargo, debe ir encauzando sus cabriolas por “no saber hacia donde ir”, para ir acertando siquiera a golpe de equivocaciones, cuando llegue a la edad de ir decidiendo en cada encrucijada.

                                                Porque al final, en el y tras el cauce se presentarán las encrucijadas, las dificultades, los traumas incluso, los fracasos y las frustraciones también, para que en cualquier situación se logren superar, madurando, haciéndose mayores, seguros de sí mismos, con la autoestima a prueba de tropiezos, porque hay que aprender a levantarse,  de la mano de los adultos, del padre, de la madre, sin miedo, con la ilusión de que siendo únicos también somos iguales y nada nos ha de resultar imposible, porque la tarea es común, fraternal, solidaria, generosa y corajuda, porque nadie es más ni menos que nadie. Cuando resulta que solo parecemos ser distintos . .  .cuando ¡somos tan iguales!.

 

                                                Torre del Mar    julio – 2.015