Decía mi madre que ya pensaba ella que iría a quedarse soltera, es decir a vestir santos, porque ya había cumplido 28 años y aún no tenía pareja con la que casarse, naturalmente y por descontado … porque se entendía que la plena realización de la mujer pasaba por la vida en pareja, en santo matrimonio, entonces y ¿ahora?
¿Huyendo de la soledad?, aunque se relegue la propia autoestima, sin intentar siquiera haber intentado reencontrarse con uno mismo. Recordando lo que decía el maestro Machado: «No extrañeis dulces amigos que esté mi frente arrugada: yo vivo en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas».
Y se suspira por esa mirada que se creyó enamorada, por aquellos susurros tan dulces, por aquella ilusión abrazada, entre besos de terciopelo y arebatos de pasión, aunque luego cedieran paso a la nada … cuando se creía haber alcanzado el vértigo, el cielo.
Y se resisten los amantes a no ser amados, a no ser respetados, y por eso mismo no se escuchan las alarmas, las señales inequívocas que el amor está intoxicado y no nos conducirá a ningún puerto acogedor, cuando sexo acaba por dejarnos un mal sabor, amargo, huero y cruel, cuando ya solo nos queda una sonrisa que es una mueca, cuando insistimos en lo que soñamos que podía haber llegado a ser, mientras nos negamos a decir adiós a ese no amor, a ese no respeto, a esa no felicidad que, a pesar de todo, se calcula que tal vez … ¿terminará cambiando?
Cuando el abismo nos amenaza con la soledad imaginada, con el extrañamiento del grupo, de la tribu, con la desnaturalización de lo que se entiende como ¿amor y sexo?
¿Amor y sexo?, al fin no correspondido
Texto: ANTONIO GARCIA GÓMEZ