Incluso cuando habla de las fatiguitas, de lo difícil que fue pasar de Antonio Jiménez a Antonio de Canillas, él lo hace con una tímida sonrisa. La tristeza no le gusta, bastante pasó ya este hijo de carbonero, huérfano de madre desde los dos años, que se ha ganado la vida en los bares, en las ventas, en los tablaos, en las misas flamencas y donde hiciera falta. Por eso canta, para dar alegría y que «los demás se lo pasen bien», dice el que ya es uno de los cantaores más veteranos de España (86 años). La saeta malagueña es su seña de identidad y los cantes de la tierra su bandera, los mismos para los que ahora pide ayuda porque «se están perdiendo». Mientras la voz le responda él los seguirá haciendo, y ahora también se fomentarán en el I Concurso de Cante Flamenco que lleva su nombre y que ayer se presentó en la Diputación. Una iniciativa que el de Canillas agradece, le recuerda a sus inicios:a finales de los años 40 ganó un certamen convocado por un circo en Melilla. «¡Y me dieron 800 pesetas!».
–Dicen que es el cantaor más veterano de Málaga…
–¡Y de España! Creo que sí, por lo que dicen los flamencólogos soy el cantaor más veterano que se dedica a esto profesionalmente. Yo no he hecho otra cosa que cantarle a los demás para que lo pasen bien.
–¿Y ese título impone?
–No, para mí es un honor, me da alegría. Para mí lo mejor que hay en la vida es ver a las personas contentas. Yo no puedo verlas disgustadas, no lo puedo remediar, porque yo he pasado mucho en la vida y le temo a la tristeza. Me gusta dar alegría, que la gente esté contentita.
–Siempre se dice que los flamencos pasan muchas fatiguitas.
–Antiguamente sí. Empezábamos cantándole a cuatro señores que se tomaban sus copitas, y como no había otra cosa… Te decían «¡Antonio, cántate un cantecito!». Y sin guitarra ni nada, en un mostrador, te ponías a cantar y luego echaban mano del bolsillo y hacían una recolectilla. Y así te podías tirar 24 horas cantando en un bar, y de ahí a otro. Han pasado muchas cosas. Lo mismo estabas cantando toda la noche en una fiesta y te decían que mañana te pagaban en la oficina… y ya no les veías más. Yo he pasado fatigas antes de darme a conocer. Me iba a la Axarquía, a la feria de Vélez y a distintas fiestecitas, y cuando reunía dinero me venía a Málaga para que me conocieran.
–¿Un flamenco nunca se retira?
–Yo no me he retirado (risas). Pero ya salen pocas cosas… Está la cosa un poquillo regular en España y en todo nos está afectando.
Morir cantando
–Dijo una vez que un flamenco nunca lo deja, que se lo lleva dios.
–¡Sí! La Niña de la Puebla, que era ciega, dijo que se quería morir en un escenario cantando. Y murió en Huelva cantando por soleá.
–¿Y usted piensa lo mismo?
–Yo si me viene bien…me da igual (ríe). Estoy pagando el Ocaso ya desde hace mucho tiempo (ríe). Cuando llegas a esta edad, cuentas los días. Como eso que dice «llora el niño por el pecho y el anciano por la edad, también llora el prisionero por tener su libertad». Y es así. Los ancianos lloramos, claro que lloramos, porque no sabes cuánto te va a quedar. Pero te convences de que tiene que ser así.
–Y puede presumir de haber vivido muchas experiencias.
–Yo no he parado. Recuerdo que cuando no había fiestas te ibas a la venta. Había una pila de cantaores allí esperando a que viniera un señor y le dijera a uno ‘canta’.
–En la rueda de prensa ha alertado de que los cantes malagueños se están perdiendo. ¿Por qué?
–Se están perdiendo, no los canta nadie. Y a esta juventud les gusta, porque son cantes bonitos y se pegan al oído, pero los están olvidando, no los promocionan. Hay otros cantes que son más fáciles y para estos hay que estar bien de la garganta y bien de la cabeza. Son partituras, no te puedes salir de lo que hay escrito ahí.
–¿Cómo nace esa saeta malagueña de la que usted es creador?
–Empecé a cantar saetas en Melilla cuando estuve en los regulares. Me acuerdo que allí un cantaor terminaba la seguiriya y después cantaba un martinete. Pero yo llegué y los uní, los injerté pero no con el martinete de fragua, que es un cante seco. Yo lo hago dándole un poquito de música gregoriana, me recreo, lo mezco y creo una saeta ahí por martinete.
–¿Ha cambiado algo desde que el flamenco es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad?
–No ha cambiado nada. Y parece ser que hasta se está promocionando menos el flamenco, será por falta de dinero. Hay que ayudar a las peñas para que lleve a cantaores, si no se vienen abajo, como todo.
–Ha dicho en la rueda de prensa que no conoce a nadie «que le guste el flamenco y que sea malo»…
–Y no los hay. El cantaor de flamenco, por regla general, no es malo. Es rarillo en todo caso.
–¿Y usted también?
–Yo no, yo entro por todas. La vida te enseña a eso, a tomarte las cosas con calma.